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Velando el fuego

Prisión permanente

Una reflexión sobre el debate actual centrado en esta pena

Una vez más la muerte del niño Gabriel Cruz ha vuelto a sacar las pulsiones más tribales que guardamos en nuestro interior. De modo que se han formado varias plataformas digitales que, con argumentos más o menos parecidos, pretenden un retorno a la Ley del Talión: ese principio jurídico de justicia retributiva según el cual la normativa imponía un castigo idéntico al crimen cometido.

Además de los tallos históricos que podemos desbrozar: El Código de Hammurabi en Babilonia, la Ley Mosaica recogida en el Antiguo Testamento o algunas muestras de la Roma Antigua y del Derecho Germánico, el caballo de la venganza de sangre no ha dejado de galopar hasta nuestros días. Baste con recordar algunos ordenamientos jurídicos que la incluyen parcialmente, como puede la "sharia", en vigor en ciertos países islámicos.

Si se cotejan los encabezamientos de las peticiones de firmas, veremos que todas pugnan por mostrar el espíritu más aguerrido, la sed más implacable, el lazo negro más orgulloso. Y es que, por desgracia, la venganza se ha mostrado siempre como una herida abierta, una tumba presta a depositar en ella todos los lodos que va exhalando la humanidad.

El asesinato del niño Gabriel Cruz se produce en un momento en el que está en campaña el debate sobre la prisión permanente revisable, que no es más que un eufemismo con el que se pretende ocultar la voluntad contraria de este gobierno, y también de algunos políticos, sobre la humanización de las penas. Se ha aducido que de este modo, cuanto más elevado sea su grado de aplicación, más temor infundirán en la población para no cometer delitos. Una vez más, quienes llevan legislando este país con una vara que oscila entre el chantaje y la intolerancia rayana a veces en la absoluta insensibilidad (el ejemplo del desprecio a los pensionistas da buena cuenta de ello), apelan a una creencia popular que es fácilmente desmontable, pues son numerosos los estudios de política criminal que demuestran lo contrario.

No es menos cierto que quienes se muestran expertos en el arte de la venganza (qué pena que no exhiban ese mismo coraje contra tantas otras indignidades como suceden a diario) no están solos en la batalla. Una vez más una buena parte de los medios de comunicación -sobre todo los que se nos muestran en directo desde las pantallas de la televisión o de la radio- han aprovechado la ocasión para excitar las vísceras más vulnerables de las personas: no han faltado titulares rayanos en el sensacionalismo más obsceno o testimonios con frases y lágrimas de cocodrilo de algunos políticos con tal de sacar réditos electoralistas. El tratamiento ha sido tan escandaloso que hasta la propia Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) emitió un comunicado en el que se pedía a los medios de comunicación respeto y ética en la cobertura informática del caso (aseguraban que algunos medios habían violado el Código Deontológico de la profesión en busca de mayor audiencia).

Si las tripas, ese monstruo de siete cabezas, no hubieran ganado desde hace ya mucho tiempo la batalla a la razón, sería suficiente con darnos una vuelta por alguna de las esquinas más importantes del mundo (Estados Unidos, a modo de ejemplo) para darnos cuenta de que el endurecimiento de las penas, la cadena perpetua e incluso la pena de muerte no han servido para evitar que se sigan cometiendo delitos.

Claro que eso no interesa airearlo mucho.

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