Claro que cualquier político puede tener un chalé de seiscientos mil euros. Faltaría más. Lo único que debería preocuparnos del asunto es si el dinero para materializar su sueño tiene un origen inmaculado (como es el caso) o si se lo hemos pagado entre todos.

La cuestión se complica cuando el que lo compra ha basado su discurso político en la estética de las cosas para intentar convencernos de que quien posee una vivienda de lujo no está legitimado moralmente para defender los intereses de los ciudadanos. La cuestión se enturbia cuando vas al Hormiguero y le dices a Pablo Motos que si fueras presidente del gobierno preferirías seguir viviendo en tu piso de Vallecas, por el que has paseado a cuantas cadenas televisivas se han prestado a ello con el propósito de que todos veamos tu humilde morada. La cuestión, en definitiva, se enmierdar cuando llamas "casta" a quienes vivían como hoy tú vives. Por tanto, nada de esto sería demasiado problemático sino fuera por las innumerables ocasiones en las que los dirigentes de Podemos han cargado contra los políticos con casas semejantes, "desde las que (decía el Pablo Iglesias de antaño), resulta imposible tener un pie en la calle y solucionar los problemas de quienes viven en barrios atestados y pisos diminutos".

Recuerdo que cuando la palabra "casta" formaba parte del lenguaje político de este país (por cierto, ya hace tiempo que no la escucho), me causaba perplejidad constatar que el discurso de Podemos y el de la rancia derecha partían de la misma premisa a la hora de valorar la calidad de un político, pues ambos confundían los ideales con las circunstancias personales. Así, para la castiza derecha de este país (que no es poca) un tipo de izquierdas debe vivir como un paria y renunciar, por coherencia ideológica, a las aspiraciones que le son legítimas como persona. Y ese discurso ha calado en la sociedad, pues no es lo mismo que un Mercedes lo conduzca un representante sindical que un concejal del PP. Para esta elitista derecha ese privilegio solo les está permitido a ellos y un tipo que defienda a la clase obrera debe vivir precariamente para dar ejemplo. Pero, coño, de repente te das cuenta que algunos acomplejados de Podemos piensan de la misma forma y consideran que para defender a la clase trabajadora uno tiene que vivir también como un paria, y quienes osen vivir de otra forma pasan a engrosar el grupo maldito de esa casta insensible e incapaz de defender que el conjunto de oportunidad de los españoles se amplíe. Que pobreza mental. ¿Qué tendrá que ver lo que uno gane o donde viva para, desde esa posición, defender una determinada ideología? ¿Acaso las revoluciones del siglo XX que ellos tanto admiran no fueron impulsadas por gente acomodada? Lo importante debería ser la forma en que una persona logra consolidar su nivel de vida, más allá de lo que luego defienda una vez instalado en él. Cierto es que debe exigirse una coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, pero sin llevarlo al extremo. O va a resultar ahora que tener un plan de pensiones o un seguro médico significa que uno no cree en el sistema público de la Seguridad Social. Porque, si es así, ya veo dimitiendo a la mayoría de los políticos de este país.

Todo este sainete cutre, decepcionante, aburrido y mal escrito me produce mucha lástima. Sólo lo salva ese personaje intermitente llamado Monedero que, como el apuntador antiguo de las malas obras de teatro, les dice a los actores la siguiente frase del guión cuando pierden los papeles. Lo que pasa es que, en esta ocasión, abandonó la concha en la que siempre se refugia para salir a escena.

Todos ya sabíamos, más o menos, dónde se situaba la línea que estaba al otro lado de la casta. Lo que ahora hemos constatado es que a nadie le gusta vivir en ese otro lado. Ni siquiera aquellos que creían haberla descubierto.