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El sencillo y conmovedor poder del verso de Julio Rodríguez

El ovetense prosigue su mejora poética de la realidad

El sencillo y conmovedor poder del verso de Julio Rodríguez

Tiene la poesía de Julio Rodríguez un foco de luz radiante que se traslada del verso a la realidad para enfocarla y mejorarla. Todo ello queda al descubierto en su último libro, Tierra batida, galardonado con el premio "Hermanos Argensola" en 2013, prosiguiendo el apropiado camino que marcaron sus dos libros anteriores, Naranjas cada vez que te levantas y Doméstica. Con "Tierra batida", el poeta ovetense encuentra en la literatura un modo cercano y extensible de atrapar a la displicente felicidad, de retar a estos tiempos oscuros y de mostrar además del rostro del envés de los acontecimientos como unos cadáveres de senegaleses en las orillas de una playa. También el escritor retrata con delicadeza paisajes que conoce perfectamente: "es el momento, ahora/ que al sol se le cierran los ojos/ como a un caballo viejo/ y la noche deja caer su edredón nuevo/ sobre la playa de Poniente". Se mueve en medio de un tono coloquial muy convincente acabando por dar una visión propia del mundo al dejar una propina al camarero o al relatar historias que se deshacen en medio de una voz baja que atrapa al lector.

En los versos de Julio Rodríguez lo cotidiano repara en los sentimientos: "y en los tejados/ de las casas sin dueño las antenas/ captaban solamente la señal de las malas noticias". Hay también un sustrato de optimismo pese a los pesares que se planta hecho literatura concebida alrededor de la familia, la redención del verso o cualquier avatar que salvaguarde el día. Ahí radica el poder facultativo de la poesía para enturbiar sutilmente cualquier entorno: "lee a los viejos poetas, que queman el azúcar/ de las viejas canciones con un poco de ron". La mitomanía poética da su propia visión y alza la palabra: "Blas de Otero, que ha estado/ mirando el mundo con el ego izquierdo,/ insinúa que hay senos/ que vuelan como palomas". La poesía amorosa de "Tierra batida" se blinda ante la inestabilidad del mundo como un sms elocuente: "sólo tus ojos/clavados en mis ojos. Lo demás sobra". Julio Rodríguez se toma la licencia de hurgar frondosamente en el recuerdo, de utilizar en ocasiones cierto humor con una ternura cercana mitigando el dolor de los hospitales y el de la sombra alargada de la inevitable muerte.

Los egos del hinchado mundo literario se relegan por pura delectación: "cerrad ya los arroyos, chicos, y los grifos que gotean este insomnio. Ha sido suficiente: echad al fuego/ vuestras obras completas, desinflad vuestro pecho". Un poemario de un autor que sabe qué quiere decir y cómo con una sencillez virtuosa, conmovedora y emotiva cumpliendo uno de los fines de la poesía de hacer de la tierra un lugar más habitable; un propósito indispensable e indescifrable.

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