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novela gráfica

Alfonso Zapico llega a Asturias para la Revolución del 34

La balada del Norte, última novela gráfica del Premio Nacional de Cómic, convierte la vida en las cuencas mineras en protagonista de una historia social y sentimental

Alfonso Zapico llega a Asturias para la Revolución del 34

Muchos libros después, Alfonso Zapico llegó a Asturias. La balada del Norte no es una historia de la Revolución de Octubre de 1934 sino en la Revolución de Octubre de 1934, al menos en esta primera parte que es un gran planteamiento desplegado en 220 páginas en blanco y negro con grises en el dibujo y en la caracterización de los personajes.

Para huir más de la responsabilidad de una historia de la Revolución del 34 en la que Oviedo se llama Oviedo y Gijón, Gijón, y la cabecera del periódico de los mineros no es "Avance" sino "La Noticia", aunque su director se llame Javier (como Bueno), los hechos suceden en Montecorvo del Camino (como Mieres), una localidad asturiana con una réplica del palacio de Figaredo, adonde regresa Tristán Valdivia, tísico desahuciado y fumador, dejando atrás Madrid, una vida de editor de poetas rusos y a una mujer, Marthe, que sabrá arreglárselas. Se reencuentra con su cuenca natal y con su padre, un marqués, dueño de minas, banca y ferrocarril que, si no gana dinero con la mano derecha, lo gana con la izquierda. Padre e hijo no se entienden, aunque parecen quererlo en gestos y matices.

Fuera del chalé de Figaredo, perdón, de Valdivia, está la Mina Santa Aurelia, sus trabajadores y, entre ellos, Apolonio, un vigilante entre dos mundos, el del orden que debe aplicar en el trabajo y el de la consciencia de la amargura de un entorno mísero en el que la presión aumenta cada día. Entre de los dos ambientes, Isolina, hija de Apolonio, que sirve en casa del Marqués y habla y fuma con Tristán, por hablar de dos actos que desde el comienzo implican a los labios.

De Zapico ya sabemos que compone bien las escenas y que la historia seguirá un hilo claro de adición de capítulos bien abiertos y bien cerrados que harán progresar, con interés y sin prisa, la historia en esa cadencia que permite la novela gráfica con su profusión de páginas. Esta balada del Norte es una primera parte. El destino de todos se sabrá dentro de año y medio, cuando salga la segunda y última.

Hasta ahora, Zapico, el artista que vino al mundo con dos Haxtur debajo del brazo y que alcanzó el nacional en su tercera obra, había estado en la guerra de Crimea (El profesor Bertenev), en Palestina y Budapest (Café Budapest), en Dublín, Trieste, París y Zúrich (Dublinés, una biografía de James Joyce) y en Panamá con Vasco Núñez de Balboa (El otro mar) sale del Madrid de la glorieta de Quevedo y la Gran Vía para llegar a una Asturias de montañas con palacio, interior de mina, chigre, bolera, caleyes, vacas, fábricas, lavaderos, sanatorio, monte, jabalíes? en una información visual ingente. También sonora, con la página de los sonidos de la mina y también muda, como el accidente minero que reproduce en seis páginas, viñeta a viñeta, "La planta 14", la canción de Víctor Manuel que suena, estrofa a estrofa, en la cabeza del lector que la conoce, con la representación de una Cavaleria rusticana en el Teatro Campoamor (con el aspecto de hoy, no el del 34, que la revolución dejó en ruinas).

Una historia bien escrita y bien dialogada por Zapico, bien narrada visualmente, pespuntada por poetas rusos que deja en vilo hasta el próximo tomo.

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