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La sagrada hora del regreso

Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos, otra muestra de la sofisticada y sensual escritura de Mary Ann Clark Bremer

"Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos / y ahonden surcos en tu prado hermoso, / tu juventud, altiva vestidura, / será un andrajo que no mirará nadie", comienza el primer cuarteto de uno de los inmortales sonetos de William Shakespeare, que contó y cantó como nadie los conflictos humanos y al que no le fue ajena esa huella profunda que imprime en los mortales el paso del tiempo. De ese soneto tomó Mary Ann Clark Bremer (Nueva York, 1928-Ginebra, 1996) el título para un evocador relato que sirve de colofón a la reunión de las breves novelas autobiográficas que la editorial Periférica había ido publicando previamente por separado. En este volumen se encuentran "Una biblioteca de verano", "Cuando acabe el invierno", "El librero de París y la princesa rusa", "Una pasión parecida al miedo" y el relato mencionado. Todo eso estaba en uno de los cuadernos de notas que la autora fue escribiendo y publicando en diversos idiomas, lo que la había convertido, pese a ser amiga de André Malraux y buena parte de la intelectualidad europea, en una escritora secreta.

Una biografía tan cosmopolita como traumática (perdió a sus padres durante la II Guerra Mundial y ella misma fue herida al ser atacado el buque en que viajaban) le propició el material ideal para ir cincelando una obra por la que pasan libros, autores y ciudades: Charles Baudelaire, François Rabelais, Daniel Dafoe, Katherine Mansfield, John Milton, Paul Valéry, Virginia Woolf o Edmund Burke son solamente unos pocos ejemplos entre los autores; Nueva York, Zúrich, París, Berna, Ginebra o Jerusalén, entre las ciudades. El lector tiene ahora la oportunidad de asomarse a la biografía de quien, como expresó Blaise Pascal, a fuerza de hablar de amor, llegó a enamorarse. Lo hizo primero, con ese apasionamiento que es propio de la juventud, de Saul, que tal como se ve en "Una biblioteca de verano" fue irresistible amor, después deslumbrante ventana al mundo de Israel y la cultura judía y, tras su muerte, añorado compañero. Y algo parecido a un amor crepuscular le parecerá encontrar a la autora un invierno en Berna, mientras nieva sobre las calles y un desconocido enciende su corazón desgranando historia tras historia en "Una pasión parecida al miedo".

De unas muñecas rusas compradas para una niña en una tienda neoyorkina de segunda mano, de un viaje a Europa en compañía de algunas amigas y del profundo frío que supone la ausencia de Saul nos habla en "Cuando acabe el invierno". Y las peripecias sin apenas movimiento de un librero parisién -"París, 196?, calle Nicolas Flamel. ¿Cuántos meses viví allí? ¿Cuántas veces caminé hasta el cercano Sena, cruzando la Rue de Rivoli?"- enamorado de una princesa rusa que desaparece misteriosamente después de entablar una intensa amistad con la narradora, nos habla en "El librero de París y la princesa rusa", el más novelesco de todos estos autobiográficos libros.

En la sofisticada escritura de Mary Ann Clark Bremer todo está descrito con esa belleza un tanto sensual que tienen los mejores bodegones. Un objeto, un libro, una cita, son el impulso que hará recordar, dejando así establecida la sagrada hora del regreso.

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