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Ciuco Gutiérrez, cuando se debe hablar del kitsch con respeto

Una fascinante aventura de arte fotográfico que comenzó por un pez de Murano

Ciuco Gutiérrez, cuando se debe hablar del kitsch con respeto

Más de un centenar de exposiciones individuales, incontables colectivas y numerosas presencias en ferias internacionales, incluyendo la puntual de ARCO donde recuerdo que su obra suscitaba especial interés, lleva realizadas Ciuco Gutiérrez, cántabro de Torrelavega desde 1956 y uno de los fotógrafos que en los pasados años 80, cuando en la segunda revolución importante del arte español en el siglo se propiciaba la convivencia de técnicas y lenguajes, sedujeron con su arte a galeristas y coleccionistas hasta el punto de que, finalmente, en España la fotografía se admitiese de verdad como disciplina artística. Expuso por primera vez en la galería Moriarty, clásica e histórica, donde ya exponían artistas tan significativos como Ouka Leele o García Alix.

Sucede que a Ciuco Gutiérrez, fotógrafo y maestro de la fotografía de internacional prestigio, se le vino reconociendo sobre todo por un trabajo que tiene al mundo de los objetos como protagonista y, por concretar más, objetos pequeños, modestos y variopintos, vendidos para recuerdo, juguete o adorno más o menos hortera. Claro que con ellos, adquiridos con fascinación de coleccionista, convertidos en actores y atrezo mediante sugestivas escenificaciones y transformados por la magia de la luz, el color y el talento realiza Ciuco Gutiérrez bellísimas fotografías que otorgan a los objetos estatus de creación artística.

Viene ahora de exponer en la Sala Fragua de Tabacalera en Madrid, muestra organizada por el Ministerio de Educación, y en la publicación editada con tal motivo viene un texto, que se supone debería ser fuego amigo, en el que se dice entre otras cosas que su estética bebe "de forma valiente" del kitsch, "una estética de purpurina y cartón piedra que quiere mantener la emoción y sensiblería de un modo artificial, para definir algunas características del modo de vida pequeño burgués", o "actuando de forma totalmente alejada de las normas del arte establecido, su hipersensibilidad por lo vulgar es capaz de crear un universo artificial que subraya el aspecto groseramente kitsch de la mayoría de los objetos que nos rodean". Menos mal que en la misma publicación Guillermo Gutiérrez, su hijo, escribe: "Una tía abuela regaló a su madre un pez de Murano que colocó en la mesa del salón. Pese que a Ciuco y sus hermanos acostumbraban a romperlo todo mientras se perseguían por la casa, algo cambió con ese pez. Cada vez que pasaban junto a él cesaba la persecución y lo miraban embelesados. Se inició una fascinación por los objetos que le duraría toda la vida".

Y es que al referirse a la obra de Ciuco Gutiérrez conviene hablar del kitsch con respeto, no solo por su trabajo sino también por los objetos que, vulgares o no, pudieron haber sido motivo de ilusión algún día y ahora son protagonistas de hermosas obras de arte. Porque las imágenes de Ciuco Gutiérrez tienen un especial encanto que proviene de la sensibilidad que determina su creación y luego de la perfección técnica de un trabajo, capaces de transmitir y agrandar la belleza posible que el artista adivinó en objetos tan vulgares. Estas imágenes, creadas en un estilo y con un lenguaje apartado de lo artístico cotidiano, no subrayan al aspecto groseramente kitsch de los objetos sino que les redimen de él y cambian su naturaleza. Y eso siendo únicamente imágenes ensimismadas, despojadas de lo simbólico, lo narrativo, lo metafísico, la ironía o la denuncia. Objetos situados en un limbo conceptual que valen por lo que son, una idea visual y un hallazgo plástico inmortalizado en la fotografía.

Por otra parte, Ciuco Gutiérrez expone dos series de fotografías dedicadas a la mujer, en una reivindicación de lo femenino en cuya problemática se siente implicado. Una es una espléndida colección de desnudos de gran intensidad en la confrontación de luces y sombras dentro de un naturalismo fotográfico barroco, de influencia pictorialista pero buscando en la iluminación y el tratamiento técnico lo específico de la disciplina, profundizando en la valoración formal del modelo, bailarinas profesionales actuando libremente y sin mediatización el artista, como ideal clásico. En la otra serie lo barroco se vuelve más bien rococó, o "rocaille" estilo Pompadour, y ahí sí que el kitsch en crudo quizá pueda ser más de recibo.

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