Podríamos empezar diciendo que la acción transcurre en Amsterdam y está protagonizada por Beeklam, un misántropo que, tras romper con un padre de quien dependía en exceso, se ha instalado en un sótano donde comparte sus días con un criado y con una colección de estatuas a las que narra la condensación de miserias en la que ha consistido su vida. Podríamos empezar así, pero le haríamos un flaco favor al lector. Porque lo que convierte este texto de apenas un centenar de páginas en una piedra preciosa es la depuradísima escritura poética de Fleur Jaeggy, a quien muchos conocerán por El dedo en la boca o Vidas conjeturales, también publicadas por Alpha Decay. Jaeggy es dueña del poco extendido arte de encontrar palabras que, una vez depositadas sobre la página, emprenden una sutil cabalgata en la que transporta al lector, sólo al lector avezado, a un mundo de seres cuya única esperanza es la muerte. Y, ahora sí, podemos decir que un buen día Beeklam?
