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lecturas

La erosión del amor

Mi marido es un mueble, un relato de Esteban Gutiérrez sobre el desamor cotidiano y las frustraciones de pareja

Esteban Gutiérrez Gómez, novelista y poeta, nos presenta su primera colección de relatos publicado hasta la fecha, volumen que forma parte de la trilogía "Asuntos domésticos", que como su propio nombre indica indaga en las relaciones de pareja y todo ese universo que las rodea. En esta primera colección nos encontramos con una serie de personajes en quienes es fácil reconocerse, heridas, distanciamiento y principalmente una erosión sentimental que bien podría ser la vivida en carne propia en algún momento de nuestras vidas.

La elegancia y mimo del detalle en sus relatos caracteriza esta radiografía sentimental que el autor muestra con respeto y conocimiento, como hilvanando toda esa experiencia no sólo propia sino también observada en un exterior que tarde o temprano nos alcanza. Una lectura o exterior que se confunde con el interior de quien lee. La verdad del texto y la palabra se demuestran en este alcance inmediato de la historia que el narrador nos ofrece y en la que identificamos experiencias, sensaciones o vivencias no demasiado lejanas. El mundo de la pareja desde diversos puntos de vista, estados y momentos, desde el primer deslumbramiento hasta el cansancio, la rutina y un final que establece un margen poético o cierre que otorga un original modo de conclusión: "Esa sensación terrible de ser un juguete roto se había apoderado de ellos". Relatos extraordinariamente poéticos no sólo en este punto, que describen de un modo sutil pero eficaz una realidad que se va transformando con el paso del tiempo y que a su vez modifica comportamiento y vida de sus protagonistas, el amor como eje de esta historia pero también del crecimiento y cambio de éstos: "Se diría que todos estos años juntos otorgan la conformidad a su matrimonio, pero en realidad siempre ha sido así. Sus vidas son dos raíles de tren, vías paralelas. Nunca llegarán a encontrarse". Desde el azar a la propia vida que impone y marca el paso ("Muchas veces he pensado que yo era una de esas hojas secas, que estaba a merced de los vaivenes del agua, que mi vida había consistido precisamente en eso: en dejarme llevar"), la conformidad o resignación ("Era la triste esperanza de vida que nos rodeaba. Soportarnos, día tras día; y cada día las cosas a peor, a más silencio, a más incomunicación. Sufrirnos el uno al otro hasta la muerte") a la mera aceptación de la muerte o extinción del amor ("No recuerdo cuánto hace que decidimos no escucharnos. Seguramente coincidiría con el momento en que comenzaron los reproches, y luego las miradas brillantes de ira, y las voces soeces más tarde, hasta llegar al silencio, al castigo de la indiferencia, de la más absoluta pasividad en nuestra relación. Algo parecido a la línea recta del electrocardiograma que certifica la defunción") pero también la fascinación y empuje que nos proporciona el amor y la mirada del otro ("Para iluminarme por dentro, para darme la vida, para hacerme sentir el ser más feliz, para llevarme de nuevo al Paraíso, para hacerme creer importante, para querer despertar cada mañana con alegría?") y la protección y el refugio al que siempre volvemos y buscamos: "Quedaban abrazados sobre el sofá, encadenados sus destinos en los vapores del alcohol. Quedaban dormidos convencidos de que la vida se reduce a esa monotonía de lluvia tras los cristales que no cala dentro, que no empapa nada y que siempre estará allí, al otro lado de la ventana, fuera de aquella casa, muy lejos del corazón". Y buscar más allá incluso de lo que nosotros y nosotras mismos sentimos, ese amparo infinito que siempre le exigimos al amor, esa redención imposible.

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