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La construcción del policial argentino a principios del XX

Fuera de la ley es una antología de 20 cuentos negros en aquella Buenos Aires que crecía semana a semana y merecía llamarse metrópolis moderna

Un error muy extendido en el imaginario colectivo atribuye el origen del género policial a la aparición del crimen. Nada más alejado de la realidad, pues el homicidio, el asesinato, el parricidio o el infanticidio los encontramos hasta en la narrativa previa a Jesucristo. Ejemplos tangibles los tenemos en la Biblia, en Edipo rey o en las obras de Homero. La fuente del relato policial hay que buscarla en otro tiempo y lugar más cercano. Exactamente a comienzos del XIX, cuando nacen los cuerpos de policía -como institución autónoma del ejército-, se perfila el despliegue de la modernidad y se cosechan los frutos del Siglo de las Luces anterior. Es el momento exacto del triunfo de la razón, del método lógico, para alcanzar la verdad frente a la superstición, el oscurantismo o la superchería, y de la creación de la policía como organización moderna frente a la Inquisición u otras instituciones represivas del Antiguo Régimen. Cuestión que tendrá su reflejo, en primer lugar, en el padre del género, Edgar Allan Poe (recordemos que el primer cuento, Los crímenes de la calle Morgue, data de 1841, y Scotland Yard se ha creado en 1829, la Sûreté Nationale en 1826 y la Policía de Boston, donde nació él, en 1838).

¿Cuándo se transforma el género policial en negro? Pues cuando el enigma y los detectives o policías dejan de ser el centro. En ese instante los límites del canon se desbordan. El Crack del 29 es el mojón que los separa. A partir de ahí se utiliza el género como mirada y registro de lo social: la corrupción, la violencia cotidiana, las crisis, la desesperación colectiva o la represión ocupan un lugar preferente. Eso lo convierte en un género omnívoro, capaz de apropiarse de cualquier elemento característico de otros géneros. Sin embargo, esto no fue igual en todos los países, pues influyeron cuestiones particulares dentro de las fronteras de cada Estado-nación, ya fuesen de índole político, social, económico, cultural o, incluso, de nivel o difusión de la lectura.

Una buena muestra de lo que hablamos es Fuera de la ley (20 cuentos policiales argentinos, 1910-1940), obra colectiva con prólogos de Román Setton y Lila Caimari. Es un trabajo que muestra el acierto de aquella sentencia de Amelia Simpson: "El Río de la Plata es la fuente de la narrativa policial más temprana y más voluminosa en América Latina". Nos encontramos a principios del siglo XX y "aquella Buenos Aires merecía llamarse metrópolis moderna. Los saltos acrobáticos de la estadística demográfica, urbana y económica alcanzan por sí solos para describir la escala del experimento, [...] y donde los límites entre ciudad y campo se modifican semana a semana" (p.48). En ese medio nace la futura narrativa policial argentina, en cuyo recorrido va a buscar una escritura propia y peculiar, que la identifique y la distancie de los modelos extranjeros dominantes. Así, los autores van a escribir desde y contra el canon establecido por estadounidenses, ingleses y franceses. Ya no buscan la anécdota policial ni el enigma. Lo que les importará es el sujeto en las grandes urbes, la justicia y la verdad, lo público y lo privado, las instituciones de la sociedad moderna y su incardinación en el Estado, la relación entre éste y el crimen, la ley y sus sistemas de coacción... Todos estos elementos los vamos a encontrar a lo largo de los veinte relatos que nos presenta este volumen, en los que se entrecruzarán las apropiaciones, las copias y las parodias al género.

Es muy acertada la fecha de finalización de la recopilación, pues es a partir de los años cuarenta del siglo pasado cuando la narrativa negra o policial en Argentina encuentra su propia expresión, desde esa búsqueda de la identidad y de la diferencia -principalmente de los anglosajones-, con escritores como Borges, Castellani, Casares, Denevi, Peyrou o Rodolfo Walsh. No sería justo terminar sin citar la importancia e influencia del exilio español en esa década, que ayudó a modificar y potenciar la industria del libro y acercarlo a un público masivo, como fueron Arturo Cuadrado, con Emecé ediciones, Antonio López Llausás, con editorial Sudamérica, o Gonzalo Losada, con editorial Losada.

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