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Las últimas horas de Muamar al Gadafi

Leer a Yasmina Khadra para entender lo que ocurre en el Magreb

Dicen los que saben que es más fácil comprender la Transición a través de las novelas de Manuel Vázquez Montalbán que leyendo libros de historia. No sé si eso será cierto, pero de lo que estoy seguro es que si queremos entender la situación sociopolítica, la corrupción, el integrismo religioso, los clanes y las relaciones de poder en el Magred, debemos leer a Yasmina Khadra (Argelia, 1955). Sus novelas más exitosas -El atentado, Lo que el día debe a la noche, Las sirenas de Bagdad, Las golondrinas de Kabul... - nos han acercado los interiores más abruptos de las sociedades del norte de África, en especial Argelia. Sin embargo, con La última noche del Rais da un vuelco inopinado y se sumerge en la cabeza de Muamar al Gadafi, para trasladarnos los últimos pensamientos del Guía, horas antes de su muerte, la noche del 19 al 20 de octubre de 2011, en un lugar oculto de la ciudad de Sirte.

Nadie sabe lo que pudo pasar por la cabeza de Gadafi en sus últimas horas, pero conociendo su vida, sus acciones, el ejercicio del poder sobre su pueblo, sus declaraciones, las manifestaciones de seguidores o detractores se pueden inferir los elementos principales. Eso es lo que ha hecho Yasmina Khadra: crear una ficción de lo más verosímil en medio de la realidad. Ha seguido a Alejandro Dumas cuando decía que la Historia era la percha sobre la que colgaba sus historias.

Es una novela escrita en primera persona, pero el que habla y piensa es Muamar al Gadafi, el Guía, el Rais, el niño bendito del clan de los Ghus, que quiso devolver a la tribu de los Gadafas sus epopeyas olvidadas y el lustre de antaño. Toda su vida pasará por su mente en los últimos momentos ante una muerte anunciada, como si fuera una estrella fugaz surcando 174 páginas. Comienza recordando cómo su tío, un poeta sin pretensiones, le mostraba el firmamento y le explicaba que cada uno de nosotros tiene una estrella allá en lo alto. El joven sobrino le preguntaba si sabía cuál le correspondía a él. La tuya es la luna, le aseguró su tutor. Y desde entonces la luna brilló sólo para él, pletórica, siempre llena, hasta esa noche del 20 de octubre de 2011, que hay menos estrellas en el cielo y el satélite es apenas una uña.

Él, el Guía, unió a todas las tribus libias contra la monarquía despótica que chupaba al pueblo con aquel grito: ¡Hay trescientos millones de corderos! De eso han pasado más de cuarenta años y ahora se pregunta por qué se rebelan contra el Rais. Pero no encuentra la respuesta. Será uno de sus sirvientes quien le oriente en que es un pueblo que busca la muerte del padre para crecer, pero Gadafi no le entiende o no quiere entenderle. Luego le preguntará al teniente coronel Brahim Trid -su particular Otto Skorzeny, también amamantado por las monsergas de Nietzsche y la música de Warner-, y la respuesta es parecida: la culpa la tiene el paternalismo con el que trató al pueblo. "Usted ha escrito la historia. No, la historia me ha escrito a mí". "Me pasa como a Dios, mi creación se rebela contra mí". "Después de mí, en este país sólo quedarán prevaricadores y marionetas". "¿Cómo pasaré a la historia, como Guía o como tirano?". " ¿Por quién doblan las campanas de los Cruzados?" Y en esas preguntas, bajo una soberbia autocomplacencia se reprocha el paternalismo con el que trató a su pueblo y que le ha llevado hasta un refugio oculto en Sirte, en el que dice que no le encontrarán, pues es un beduino y sabe adaptarse al terreno.

Con esa habilidad narrativa y esa plasticidad, el autor nos describe también los bombardeos, los drones que surcan el cielo de la ciudad, mientras su Gadafi dialoga con Sadam Husein -"no me cogerán vivo como a ti"-, con Hugo Chaves -"debí aceptar tú ofrecimiento"- y con Ben Alí -"me alegré del repudio de tu pueblo"-. Todo ello bajo los efectos de una nueva dosis de heroína que le traerá la imagen de Vincent van Gogh, para recordarle que vive en un sueño. En las últimas líneas, Van Gogh no aparecerá, lo que le hace comprender que ahora no está soñando, que todo es una pesadilla tan real como la sangre que mana de su frente.

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