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Alejandro Casona et al.

Una visión del exilio teatral republicano en Europa

Alejandro Casona et al.

Hablar del exilio teatral español posterior a 1939 en Europa supone tener que hacerlo de Rafael Martínez Nadal, Salvador de Madariaga o José María García Lora en el Reino Unido; de María Teresa León y Rafael Alberti en Italia durante los años sesenta; de José Herrera Petere en Suiza o del todavía desconocidísimo José María Camps en la República Democrática Alemana. Quizá incluso del asturiano Luis Amado Blanco en Roma, después de ser nombrado embajador ante la Santa Sede en 1962 por el gobierno de Fidel Castro. También supone tener que hablar de la recepción del teatro de Max Aub en muchos de esos países y de la labor de intelectuales exiliados en la Unión Soviética, como César Arconada.

Supone todo eso, pero sobre todo supone hablar de Alejandro Casona, porque en Europa, y muy especialmente al otro lado del telón de acero, en Checoslovaquia, Polonia, la República Democrática Alemana y la Unión Soviética, el teatro de Alejandro Casona, en cuanto a número de representaciones, publicaciones y cantidad de obras estrenadas, es ampliamente predominante. Esto se debió fundamentalmente a su utilización propagandística a partir de mediados de los años cincuenta, pero también al carácter humanista de su teatro.

Una de las constantes epistolares de Alejandro Casona es ir informando a los destinatarios del recorrido de sus obras, y en fecha 17 de junio de 1953 le consignaba por carta a su querido amigo Luis Amado Blanco, desde Buenos Aires, que "La tercera palabra ya está admitida y firmado contrato para el Talía de Hamburgo; La dama [del alba] sigue tournée por los Países Bajos, y La barca [sin pescador] -editada, pero no estrenada en Italia- parece que va a hacerse en Viena (?). De Los árboles [mueren de pie] -no sé si te dije- salió una bella edición en Estados Unidos".

Alejandro Casona es un autor universal del que a menudo se colgaron, probablemente más de lo que a él le gustaría, para imponerle uno u otro marbete ideológico. Era un hombre de izquierdas que había dirigido el Teatro del Pueblo de las Misiones Pedagógicas, deseado el triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936 -lo refiere el periodista Pablo Suero en España levanta el puño- y estrenado Nuestra Natacha, que se convirtió en emblema de los nuevos tiempos. Se vio abocado al exilio, que sufrió como un desenraizamiento, y volvió un cuarto de siglo más tarde para comprobar que nuevamente se le utilizaba. Hablar del exilio teatral producto de la guerra civil española en Europa, como muy bien ha entendido el investigador y escritor Mario Martín Gijón, editor del volumen, es paradójicamente hacerlo de Alejandro Casona -que pasó su exilio en América Latina, sobre todo en Argentina-, y por eso a la recepción de su obra en países como Checoslovaquia o la Unión Soviética se dedica buena parte de este libro.

Su éxito no estuvo exento de crítica, sobre todo en los países occidentales. Y además del uso propagandístico, quizá su gran presencia en los países del Este se debiera, como escribió un reseñista soviético de la época, a que "a la gente del país del socialismo le resulta claro y cercano el patetismo humanista de su teatro".

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