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Arquetipo del artista moderno

La muestra de Edvard Munch en el Thyssen revela la auténtica dimensión de su obra, ensombrecida por "El grito" y marcada por obsesiones oscuras y por la búsqueda continua

Arquetipo del artista moderno

Ocurre en demasiadas ocasiones que la potencia de una obra concreta tiene a oscurecer el resto de la producción de un artista o un autor. La del noruego Edvar Munch (1863-1944) ha quedado ensombrecida por "El grito", su cuadro de referencia, el que todo el mundo conoce. "Arquetipos", la muestra que hasta enero puede verse en el Museo Thyssen-Bornemisza, permite romper con esa limitada asociación y conocer de forma ordenada sus obsesiones artísticas, todas marcadas por la angustia existencial, con una impronta de oscura subjetividad que, sin embargo, conecta con lo que serían las aflicciones del hombre modernoa. Es esa capacidad para identificar algunos de los males anímicos contemporáneos y su búsqueda continua de un lenguaje ajeno a la tradición lo que dan a Munch el perfil canónico de un artista moderno.

"Melancolía", "Muerte", "Pánico", "Mujer", "Melodrama", "Amor", "Nocturnos", "Vitalismo" y "Desnudos" son los apartados que vertebran la muestra madrileña, un recorrido en el que el espectador se coloca ante un artista reiterativo en su temática tanto por obsesión personal como, en ocasiones, por la vuelta continua sobre ciertos cuadros con un afán de alcanzar su propia perfección . Como complemento y sustanciación literaria de esos arquetipos munchianos se edita, en paralelo a la muestra, El friso de la vida, libro que toma el título de la visión del conjunto de la existencia en la que pintor y grabador noruego trabajó la mayor parte de su tiempo. Es una visión dominada por las zonas más sombrías de lo humano, algo muy propio de quien estuvo marcado por el drama desde el mismo momenro de nacer. "La enfermedad, la locura y la muerte fueron ángeles negros junto a mi cuna", escribe.

Como pintor su objetivo queda patente en la exposición madrileña y también enunciada en sus textos: "Lo que hay que sacar a la luz es el ser humano. No la naturaleza muerta".

La escritura deja constancia de su deriva artística y su inmersión en las corrientes de la época."Empecé como impresionista pero durante los tremendos conflictos espirituales y vitales de la época bohemia, el impresionismo no me daba suficiente expresión". Con "La niña enferma", obra que ahora puede verse en el Thyssen, llegó"la primera ruptura con el expresionismo", a partir de la cual experimenta con el puntillismo, recae de nuevo en el impresionismo, y se suma al simbolismo, la etiqueta más habitual de su obra.

La novedad que genera el arte choca con la incomprensión social, de la que también deja amarga constancia en sus escritos. "No hay quien les meta en la cabeza que esos cuadros están hechos en serio -con sufrimiento- que son el producto de noches de insomnio -que se han cobrado nuestra sangre- nuestro nervios. E insisten:estos pintores son cada vez peores".

El friso de la vida recoge un complemento literario a "El grito", presente en forma de variaciones en distintos formatos entre los ochenta cuadros que pueden contemplarse en el Thyssen. Es el relato de Munch de un paseo a la caída del sol en el que "de pronto el cielo/se tornó rojo sangre"..."me quedé atrás/ temblando de angustia/ y sentí que un inmenso/grito infinito recorría/la naturaleza".

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