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Perder la piel y recuperar rostro e identidad

Marta Allué convierte en una lección vital la narración de su convivencia continua con el dolor

Pocas veces experimentamos un golpe tan claro y contundente como el que provoca este libro de Marta Allué. Encontramos aquí el testimonio de una mujer que sufre un accidente que le causa quemaduras profundas en el ochenta por ciento de su cuerpo. Ni con la lectura de sus propias palabras podemos alcanzar a imaginar el sufrimiento, el dolor y el carácter épico que supone dicha recuperación y supervivencia. Testimonio, el de Marta, que nos obliga a plantearnos muchas preguntas tal vez sin respuesta, como aquellas que la propia autora -y paciente- cuestiona: ¿Mereció la pena? Quizá ningún sufrimiento merezca la pena ("Acepto las mutilaciones, las limitaciones, pero el dolor no lo tolero como inseparable compañero de mis días. No sirve para nada. Ni sana ni reifica, únicamente destruye"), pero es a través de él donde encontramos un aprendizaje de soledad tan extremo, austero, exigente y excepcional como el que nunca hallaremos en ninguna otra experiencia: "¿Que qué he aprendido? Bastantes cosas. Algunas de ellas prefería habérmelas ahorrado, hubiera deseado no llegar a saberlas jamás. He aprendido a conocerme. Es importante, no lo dudo. Ya era hora. Conociéndome he aprendido a valorarme, a estar más segura de mí misma y con ello a saber que hay muchos que me quieren. He aprendido que el éxito en cualquier empresa depende casi exclusivamente de uno mismo, o dicho de otra manera, que jamás hay que confiar en los demás para conseguir un objetivo". Allué nos narra su experiencia hospitalaria, las múltiples intervenciones quirúrgicas, el dolor físico y la preparación mental que exige -al igual que un deportista de élite- un estado que se mantiene durante años, algo que te coloca en un lugar extraño de la realidad, al margen pero con una mayor conciencia o consciencia de ti misma y de todo cuanto te rodea ("El paciente inmovilizado es capaz, por su inactividad, de desarrollar mucho más sus capacidades intelectivas gracias a la observación constante y a las horas que puede dedicar a pensar en sí mismo y a analizar lo que le rodea").

Es más que un libro una lección, muy valiente, moral, real, física, mental y filosófica, que no deberíamos apartar por dolorosa o excesivamente cruenta. No por apartar la vista más lejos nos libraremos de esta parte de la vida que nadie desea contemplar ni vivir en carne propia. Nos habla también de la muerte, como hecho que dignifica y salva a quien sufre -el estigma del sufrimiento- y como debate necesario pues la muerte no sólo implica desaparición también descanso o cese del dolor, algo que todo ser humano debe defender para vida propia y ajena. Marta Allué nos ofrece una lección de vida pero también de comprensión de la muerte, pues es algo que forma desde ya parte indisoluble de este cuerpo y su futuro, algo que hemos de asumir pero nunca el sufrimiento que ha de ser evitado en todo momento ("A veces, lo que importa no es seguir viviendo sino reducir la cuota de sufrimiento. Cuando eso no es posible hay que ceder al deseo de acabar como única forma de eliminar el dolor y alcanzar la paz"). Nos habla, también, siguiendo esta pauta, del comportamiento médico e institucional poco o nada consciente del dolor físico y mental de quien se encuentra a disposición del sistema ("Si recibiéramos otro tipo de educación para la salud se incrementarían las estadísticas de éxitos y la eficacia de las instituciones sanitarias") y que no puede ejercer por imposibilidad presente de una autonomía clave en la dignidad o carencia de ésta("El paciente volvía a ser preso de sí mismo, un cerebro activo encerrado en la cárcel de un organismo insensible, privado de manera absoluta de la libertad con el único recurso-castigo de poder pensar. ¿Hay mayor tortura?"). Hablemos del dolor desde el dolor mismo, con respeto y con esta valentía que encontramos en este relato y vida, una consciencia más plena de lo que esto implica: "He aprendido a aceptar morir pero sin sufrir". Difícil como lector estar a la altura de este relato.

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