La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pensamiento

Diatriba y aprensión

El ensayo de José Miguel Ortí Bordás sobre la desafección política y la posdemocracia

Diatriba y aprensión

Aunque el título resulta más largo (Desafección, posdemocracia, antipolítica, Ediciones Encuentro, Madrid, 2015, 223 páginas), este libro de José Miguel Ortí Bordás es, principalmente, un ensayo sobre la desafección política en las sociedades contemporáneas. Ensayo, y no obra de ciencia, ya que el autor no ejerce de politólogo ni de sociólogo, sino simplemente de atento y lúcido observador de las ideas y movimientos que sacuden, sobre todo desde el inicio de la Gran Recesión, el mundo actual.

Más allá de la pertinencia de los juicios y de la tersura y elegancia del estilo literario -cualidades indispensables de todo buen ensayo- , ha de tenerse presente que Ortí Bordás (Tous, Valencia, 1938) ha sido, a lo largo de su vida, fundamentalmente un político. Salido de las filas del Movimiento Nacional, del que fue Vicesecretario General y procurador en Cortes, participó activamente en la etapa de la Transición: primero colaborando estrechamente con Torcuato Fernández Miranda y luego, en tanto que Subsecretario de Gobernación (1976-77), organizando el referéndum de aprobación de la Ley para la Reforma Política. Diputado al Congreso entre 1977 y 1983 (integrado inicialmente en UCD y tras su desaparición en AP), parlamentario popular de las Cortes Valencianas durante las legislaturas de 1983 y 1987 y Senador designado por ellas de 1983 a 1996 (llegó a ser Vicepresidente de la Alta Cámara), se retiró en ese último año de la actividad política, desempeñando de 1997 a 2003 la presidencia de la Empresa Nacional de Autopistas. Ha ejercido también la actividad profesional de abogado.

Cree Ortí que la rápida onda expansiva de la desafección que nos invade está anticipando una gran mudanza política, un cambio revolucionario. Están hoy presentes en Europa, en su opinión, las mismas o parecidas causas que provocaron el estallido social y político de los años treinta y la aparición de los totalitarismos, hijos todos ellos de la miseria provocada por la crisis. La actual fase de posdemocracia asiste a la alteración de la propia base de la democracia, que ya no se fundamenta en el pueblo, ni siquiera en los partidos, sino en las grandes empresas. La posdemocracia carece, en rigor, de pueblo propiamente dicho.

Además, en la posdemocracia tiene lugar un proceso acelerado de unificación de los poderes estatales y la sustitución de la gobernación por una gobernanza en la que los actores privados desplazan a los agentes públicos. De ahí que quepa entenderla no sólo como un estadio posterior a la partitocracia, sino como una forma política ulterior al propio Estado nación. Dos son los grandes pecados de la posdemocracia: el primero, el de conllevar la desnaturalización de la democracia propiamente dicha; el segundo, el de propiciar o, al menos, tolerar, no sólo la patente y progresiva proletarización de las clases medias, sino también la injusta y preocupante privación a las clases trabajadoras de un futuro de esperanza.

En Europa, los consensos básicos posteriores a la Segunda Guerra Mundial se han roto, acentuándose el carácter sustancialmente invertebrado de nuestras sociedades. Lo mismo ocurre con el tácito gran contrato de la Transición en España, cuyo espíritu de concordia se ha desvanecido y cuya obra se está demoliendo, a pesar de que ella es lo único verdaderamente importante que los españoles hemos hecho políticamente desde hace dos siglos.

Sucede igualmente, sigue diciendo Ortí Bordás, que la posdemocracia ha sido la gran partera de la antipolítica. Nos hallamos, en efecto, en la edad de la desconfianza. No es únicamente que la economía se encuentre intervenida, la desigualdad social propagada y las clases medias y bajas empobrecidas, sino que la confianza ha desaparecido del escenario porque la política ha dejado de ser autónoma y de constituir un instrumento de integración social. Insiste mucho Ortí en el malestar de las clases medias, que creen vivir en un cuadro general de arbitrariedad y hasta de persecución por parte del poder (muy señaladamente en el ámbito tributario), y que han entrado de lleno en la desafección. E incluso en la agresividad, como muestran los fenómenos populistas de los anti-casta y los nacionalismos exacerbados. La enemistad política de las clases medias, concluye, es un fenómeno de trascendental importancia, pues de ellas han dependido siempre la paz social y el equilibrio político. La frustración y el encono de las clases medias tienen, pues, inmensas posibilidades de desembocar en una profunda y radical mutación de lo políticamente presente.

Para mí resulta claro que el Estado, y más todavía la Unión Europea, han abandonado velozmente, tras el inicio de la Gran Recesión, el papel de mediación entre las clases sociales, ciñéndose a gestionar la cosa pública como meras superestructuras institucionales de las clases dominantes, especialmente del capitalismo financiero. Ello se ha intensificado hasta el paroxismo a causa de la política económica procíclica de rigor extremo impuesta por Berlín. El coste que esta forma de suicidio económico -tal parece que inspirado por el desgraciado precedente del canciller alemán Heinrich Brüning hasta poco antes del ascenso del nazismo- puede tener para la supervivencia del Estado democrático será, naturalmente, enorme. ¿Actuarán las clases medias europeas como en los años veinte y treinta del siglo XX, convirtiéndose en las enterradoras de la democracia y del proyecto de integración del continente?

Compartir el artículo

stats