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Tinta fresca

El horror sin límites

Una historia monumental de los campos de concentración nazis

El horror sin límites

Mil cien páginas. Ese es el monumental espacio que ocupa KL, la Historia de los campos de concentración nazis con la que Nikolaus Wachsman ha escrito (quizá) la última palabra sobre uno de los episodios más horrendos de la humanidad. Un dato revelador: las notas y fuentes del libro empiezan en la página 719. KL (del alemán Konzentrationslager) parte del hecho de que los campos "encarnaban el espíritu del nazismo como ninguna otra institución en el Tercer Reich. Constituían un sistema de dominación bien diferenciado, con normas, personal, siglas y organización propias". El KL, con el siniestro Heinrich Himmler al frente del horror, "era el reflejo de las violentas obsesiones de los dirigentes nazis: crear una comunidad nacional uniforme tras haber erradicado a los marginados sociales, raciales y políticos; el sacrificio personal en aras de la higiene racial acompañado de una ciencia mortífera; el aprovechamiento del trabajo forzoso para mayor gloria de la madre patria, el control sobre Europa, esclavizando a las naciones extranjeras y la colonización del espacio vital; la liberación de Alemania de sus peores enemigos a través del exterminio de masas y, por último, la determinación de morir matando antes que rendirse".

Los nazis intentaron extender entre los alemanes la idea de que los campos de concentración eran un invento de los ingleses, usando su propaganda masiva para recordar los campos británicos de la guerra de los Bóer o de los campos austriacos destinados a los activistas nazis. En un discurso radiofónico en 1939, Himmler dijo que los campos eran una institución consagrada en el extranjero y que la versión alemana era mucho más moderada. En la memoria colectiva se han fusionado campos de concentración, Auschwitz y el Holocausto. Pero, matiza el autor, Auschwitz "jamás fue sinónimo de campo de concentración nazi. En realidad, siendo como fue el mayor de ellos y el más letal con gran diferencia, ocupó un lugar singular en el sistema del KL, de hecho no llegó a albergar a más de un tercio de los reclusos en un KL normal". Tampoco los campos eran sinónimo de Holocausto, pues "en primer lugar, el terror antisemita se desplegó en gran medida fuera del KL; no fue hasta el último año de la segunda guerra mundial cuando la mayoría de supervivientes judíos se vio dentro de uno campo de concentración. El grueso de los seis millones de judíos asesinados bajo el régimen nazi pereció en otros lugares fue fusilado en las zanjas y en campos por toda la Europa del Este o gaseado en diversos campos de la muerte como Treblinka, que funcionaba de forma independiente en el KL". Y "los judíos no representaban una mayoría en el registro de presos. Sin olvidar que, además de la exterminación en masa, los campos eran usados como campos de entrenamiento, amenazas disuasorias, reformatorios, reservas de trabajadores forzosos y cámaras de tortura", además de centros para producir armamento, ejecutar y experimentar con humanos".

De todo ello, y mucho más, deja constancia este portentoso y definitivo libro sobre un horror sin límites.

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