La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tinta fresca | Bloc de notas

Lo imprevisible

Nuestras calles, de Lavagnino, es una novela intimista y melancólica sobre las inseguridades de una joven y su educación sentimental

El tiempo permanece suspendido en Roma igual que el ruido, sólo que este último avisa de su presencia y el primero se esconde bajo las cornisas, entre las columnas de travertino, en las curvas de las volutas o a la sombra de las cúpulas, en los callejones ocultos, los tejados o cualquier ruina. El tiempo en Roma, aunque fugitivo, es eterno como la propia ciudad.

Me acordé de Carlo Levi al leer Nuestras calles, de Alessandra Lavagnino, una novela melancólica e intimista, llena de silencios y sombras espectrales, sobre una niña, Marzia, que luego se hace joven en la Roma entre los años treinta y cincuenta, al lado de su madre viuda, una de las primeras mujeres que ejerce la abogacía en Italia. La energía, a veces la intransigencia de ésta hacen que la protagonista de la novela se muestre como una adolescente insegura, dubitativa, ausente y solitaria que se refugia en largos paseos. Marzia acabará aceptando como mediadora en las difíciles relaciones con su madre a una amiga, Lúcia, mucho más extrovertida que ella. Las tres forman el triángulo narrativo de Nuestras calles, entre idas y venidas, malentendidos, alianzas y rupturas. De fondo, emerge Roma, la Piazza Cavour, la vía Flaminia, el puente Garibaldi, las "tardes perfumadas" del Lungotevere, la frontera con el campo y el sonido cercano del canto de los pájaros en Ariccia, donde la madre, rendida a los achaques, y la hija se retiran unas semanas sin tener casi nada que decirse.

Pero, en cambio, sí hablan las calles. Lo hace la lluvia que provoca un ruido distinto al caer sobre la ciudad. La ciudad y el campo. Dicotomía Pavese, o Ginzburg, a quien algunos se han empeñado en comparar con Lavagnino. Es esa lluvia que suena distinto por culpa de los canalones y de los raíles, las ruedas de los automóviles, los pasos de la gente. Sin embargo, en el campo resulta tan vasta que parece que ese pequeño ruido de las gotas cayendo en las hojas cercanas lo puedes escuchar cada vez más lejano, incluso ligero en la distancia, como escribe la propia autora, de la que Errata Naurae ya publicó anteriormente Un granizado de café con nata.

La Via dei Serpenti, que otorga el título italiano a la novela, está en el corazón del rione Monti. En el siglo XVII la calle fue llamada Corso dei Monti, pero más tarde cambió el nombre. Algunos creen que el topónimo se debe al hecho de la Virgen que pisotea un reptil, otros piensan que allí fue descubierto un nido de serpientes. Cruza Vía Panisperna y la Baccina. En el tramo final se encuentra la iglesia de la Madonna dei Monti, originalmente un granero y el lugar donde se halló la imagen de la Señora a la que se le atribuyen no pocos milagros. Pasar por allí y no visitarla significa no haber estado en ella.

Roma ha tenido siempre a mujeres pendiente de ella. Romanas, como Melania Mazzuco, que en su novela Un giorno perfetto (Un día perfecto) hace de la capital italiana uno de sus personajes, con la basílica de Santa Maria Maggiore rodeada por establecimientos chinos, peluquerías africanas, locutorios y hoteles cutres para turistas; Elsa Morante o Clara Sereni; capitalinas de adopción como Natalia Ginzburg y Dacia Maraini, u otras que residieron largas temporadas de su vida en la Ciudad Eterna, como Margaretta Mazantini, o la propia Alessandra Lavagnino, que se han empeñado en desentrañar en ese microcosmos el lugar de los cambios en contraposición con el matriarcado tradicional que en Italia representa la provincia, y más todavía el medio rural. Pero la ciudad no siempre se ha entendido con las mujeres después de alimentar los sueños de que una sociedad urbana y abierta, la metrópolis, les conduciría a otra vida y a una mayor libertad.

Nuestras calles, la novela de una escritora nacida en Nápoles que ha enseñado Parasitología en la Universidad de Palermo y es especialista en insectos transmisores de enfermedades, trata de la incomunicación, del amor, de los encuentros que se frustran, de la orfandad, del miedo y de la esperanza. En el drama secreto de la protagonista, una muchacha romana, anida la primera maduración del dolor, su educación sentimental y la angustia que pende de esas pequeñas fracciones del tiempo eterno suspendido que se esconde entre las ruinas como si se tratara de una metáfora de la piedra.

Compartir el artículo

stats