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Lecturas

Un timonel judío en la Corte del Führer

La historia del equipo de remo norteamericano que humilló a Hitler en las Olimpiadas de 1936

Un timonel judío en la Corte del Führer

Hay libros que uno preferiría no haber leído para recuperar el placer de leerlos por primera vez. No será ajeno a este sentimiento quien se embarque en la lectura de Remando como un solo hombre. El descubrimiento de las fascinantes historias de perseverancia y superación personal de los jóvenes integrantes del equipo norteamericano de remo -que se alzó con el oro en las Olimpiadas de 1936 ante el mismísimo Hitler- produce este deseo. Al pasar la última página del documentadísimo libro de Daniel James Brown, uno no puede evitar volver a echar un vistazo a la portada en la que aparecen nueve jóvenes portando palas de remo y empezar a nombrarlos como quien recita la alineación de su equipo de fútbol favorito: Don Hume, Joe Rantz, Shorty Hunt, Stub McMillin, Johny White, Gordon Adam, Chuck Day, Roger Morris y el menudo timonel Bobby Moch (que era judío). Todos eran originarios del Estado de Washington y de extracción social humilde. Y todos lograron hacer historia en un deporte de mucho sacrificio, escaso reconocimiento social y larga tradición. Un deporte en el que hasta entonces se habían mostrado dominadoras las universidades del Este del país, donde los hijos de banqueros, abogados y senadores acudían a clase ataviados con pantalones bombachos, calcetines altos de rombos y gorras de tweed.

Brown logra a través de la composición de un vívido fresco de los años posteriores a la Gran Depresión -una época en la que uno de cada cuatro estadounidenses en edad laboral no tenía trabajo ni perspectiva alguna de encontrarlo- que la historia íntima de cada uno de los protagonistas resulte a un tiempo solemne, por su trascendencia histórica, y ejemplarizante, en la medida en que fue inspiradora para un país necesitado de esperanza.

Tras arrasar en las pruebas de clasificación para la Undécima Olimpiada ("?hace cuatro años que dominan el Hudson toscos forasteros del Lejano Oeste?", llegó a escribir en tono irónico un cronista deportivo del "New York World-Telegram"), los hijos de agricultores, pescadores y leñadores desembarcaron en Berlín dispuestos a aguarles la fiesta a los más altos jerarcas de la Alemania nazi.

Hitler, que en principio se había mostrado reacio a acoger los Juegos tachándolos de "invención de judíos y masones", cambió de parecer cuando Goebbels le hizo entender que hacerlo les brindaría una oportunidad única de ofrecer al mundo un rostro más atractivo que el que representaban sus tropas de asalto de camisa parda. En consecuencia, desde el Ministerio de Propaganda se pusieron a construir una realidad paralela a la que contribuyeron enormemente las películas de Leni Riefenstahl (El triunfo de la voluntad y Olympia), que deleitándose en imágenes de juventud, belleza y gracilidad, inducirían al mundo a un engaño siniestro. Durante la celebración de aquellos Juegos, Berlín se transformó en un enorme decorado de película donde, en palabras de Brown, "la ilusión se podía perfeccionar, lo irreal podía hacerse pasar por real, y lo real se podía esconder". Se trató, en definitiva, de esconder la realidad de un país en el que la cerveza y la sangre judía corrían abundantes. El resto es historia.

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