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Historias de españoles en Nueva York

Una impagable lección de escritura de Prudencio de Pereda

Prudencio de Pereda (1912-1973), neoyorkino de padres españoles, fue un relevante escritor de su generación que compartió espacio en publicaciones con los que han llegado hasta nosotros como nombres mayores: John Steinbeck, Eudora Welty o John Cheever; publicó relatos en todo tipo de revistas, desde "New Masses" a "The Nation" ("In Asturias", tituló uno de ellos); tradujo al escritor argentino Alberto Gerchunoff; viajó a la España de sus ancestros y en Mozares (Burgos) ambientó una de sus novelas, a la que, como homenaje a su amigo y colaborador Ernest Hemingway, tituló "Fiesta". Sin embargo, de Prudencio de Pereda nada se sabía por estos pagos hasta que el inquieto Jorge Ordaz lo reveló en un artículo para la revista "Clarín". La editorial Hoja de Lata traduce por primera vez una novela de este tan interesante como desconocido autor a la que pone como epílogo el trabajo mencionado de Ordaz. Sin duda, una gran iniciativa editorial que esperamos tenga continuidad para pronto poder leer traducidas más obras de quien, tras la publicación en 1960 de Molinos de viento en Brooklyn, dejó de escribir y se retiró a vivir en Sunsbury, Pensilvania, una década larga antes de su muerte.

Como él mismo expresó, Prudencio de Pereda fue un escritor interesado en la gente humilde, deseoso de escribir sobre personas sin importancia, de esas que "nunca tienen suerte y están tranquilas y pasan por un infierno solas, incluso si viven en una gran ciudad. Personas que tienen sueños; sus sueños nunca se cumplen y luego mueren". Exactamente ese mundo es el que aparece en esta novela autobiográfica, construida a partir de sus recuerdos de infancia en la colonia española del Borough Hall, en Brooklyn. Un relato cuyo ambiente recuerda a los de William Saroyan o los de John Fante, pero que también se distingue de ellos por su amable ternura, por el cariño y comprensión que Pereda imprime en el retrato de sus personajes principales: el Abuelo, Agapito, la viuda de Martínez e, incluso, con esa parabólica historia final para redimirla, la Abuela, que a lo largo de la novela se muestra como el personaje más áspero y racional.

Agapito y el Abuelo, ese hombre entrañable y quijotesco al que la Abuela -su Sancho Panza particular- vendrá a recordarle que no existen molinos de viento en Brooklyn, son teverianos, es decir, vendedores de puros por las calles y los negocios de la ciudad. En definitiva, pícaros comerciantes que fluctúan entre lo legal y lo ilegal para ganarse la vida, tratando de comprar puros baratos que hacen pasar por habanos para venderlos a precios desorbitados. Gente que trabaja interpretando un papel, buenos actores cuyo éxito depende de ser capaces de hacer creíble ese rol, para lo que en ocasiones no dudan en agenciarse la utilería más adecuada. Así, a lo largo de la novela vemos a Agapito, el mejor vendedor de puros de la colonia española -gallego, extrovertido y simpático-, salir a vender disfrazado de cura o de marinero, siempre tras haber preparado cuidadosamente su papel. Prudencio de Pereda es todo un descubrimiento; sus Molinos de viento en Brooklyn una impagable lección de literatura.

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