La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

música

El prodigio de Leo Nucci

El barítono italiano asombra por su arrolladora vitalidad - en el Rigoletto del teatro Real

Más allá de los continuos bises -unos más reclamados que otros, formando ya parte de una liturgia casi inevitable- las funciones del Rigoletto de Verdi en el teatro Real de Madrid han servido para poner sobre la mesa la vitalidad de un cantante como Leo Nucci que a sus setenta años holgadamente cumplidos, transita por los escenarios cantando el gran repertorio verdiano a inauditos niveles de excelencia. Nucci interpreta el papel de Rigoletto con una fuerza natural, avasalladora. Tiene interiorizada una versión del mismo muy peculiar, de trazo realista, y quizá por ello se integra sin problemas en los más diversos discursos dramatúrgicos. De hecho, en la producción firmada por David McVicar lo hizo sin el menor problema. Es un privilegio asistir al trabajo continuo y cargado de un entusiasmo similar al de alguien que empieza, de un artista tan intenso y veraz en sus interpretaciones. Nucci continúa siendo aclamado en los grandes teatros y su capacidad avasalladora para cautivar al público tiene aún más fuerza que años atrás, pese a su ya dilatada carrera.

Las funciones del Rigoletto madrileño, la gran mayoría a teatro lleno, se están desarrollando con el marco de acción de la puesta en escena de David McVicar en el que, a mi juicio, es un trabajo irregular del director británico. El arranque de la velada, con una especie de "perpetuum mobile orgiástico" es quizá el momento más patético por su ridiculez casi naif: más que mostrar la depravación cortesana, aquello resultaba una imitación muy mediocre de las rijosidades de "Benny Hill". Una vez cruzado este Rubicón, el resto de la propuesta ya dejó ver algunos de los habitualmente acertados planteamientos de McVicar -por otra parte, uno de los mejores directores de escena de la actualidad- en un hilo dramático en el que la sordidez y una cierta vena naturalista, conferían a la acción un halo misterioso y cruel.

Como contraste desde el foso, la velada contó con una dirección musical impecable a cargo de Nicola Luisotti, esplendente al frente de la orquesta del teatro. Sensacional su trabajo de conjunto de la obra, la definición impecable del perfil musical de la misma, en los hermosos colores de la orquestación verdiana, cuidando cada acento, cada frase, cada palabra, sin por ello renunciar a un trazo de conjunto soberbio, hasta conseguir uno de los mejores Verdi que se ha podido escuchar estos años en el Real.

Al lado de Nucci no es fácil brillar y, sin embargo, la soprano Olga Peretyatko cantó una Gilda de muchos quilates, con una vocalidad exquisita, de las que no abundan. ¡Qué gran cantante, de presente y de futuro! Correcto y aseado, sin entrar en más detalles, el duque de Mantua de Stephen Costello y a muy buen nivel el Sparafucile de Andrea Mastroni. Entre los secundarios conviene destacar al Monterone de Fernando Radó -un cantante que ya requiere de compromisos de más calado- y la ovetense María José Suárez, impecable como Giovanna.

Compartir el artículo

stats