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Historia y ficción en torno al Duque de Alba

La ópera de Gaetano Donizetti y Mateo Salvi que acaba de presentarse en Oviedo consagra la cara más cruel de un personaje de gran trascendencia

Historia y ficción en torno al Duque de Alba

"... ¿De qué color es el miedo?. El Duque de Alba contestó: del color de la prudencia..."

Alba le contestó "... color de la prudencia?".

Personaje que ha suscitado grandes odios, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba de Tormes, sirvió a las órdenes de Carlos V y de su sucesor Felipe II. La ópera de Gaetano Donizetti y Mateo Salvi lo presenta con la imagen que de ser cruel y aborrecible que de él ha quedado en muchos lugares de Europa. El profesor norteamericano William S. Maltby fue el primer biógrafo e historiador (1983) en dibujar un retrato veraz del Duque, con sus luces y sus sombras, sus logros y sus contradicciones, describiéndole como..." un soldado por elección, cortesano, diplomático y manipulador político (...) mezcla de rígido fanatismo, agudeza política y contundente sentido común". Fue considerado en su tiempo el militar más importante de España. Aunque siempre formó parte de los Consejos Reales y los dos reyes fueron dependientes de él como estratega y general, a menudo desconfiaron del Duque como persona .

Culto y educado (amigo personal de Garcilaso con quien luchó contra los otomanos y le dedicó alguna composición), dominaba varios idiomas, lo que hacía que fuera la persona ideal para acompañar a Felipe II en su viaje a Inglaterra cuando se celebró el matrimonio con María Tudor. Gran amante de la música, en Bruselas tuvo a su servicio una capilla con 26 músicos y seis niños cantores. Pero no podía reprimir su genio y una altivez que le ocasionó más de un disgusto.

Es Maltby quien trata con más detalle la carrera militar del Duque. Cuenta que como general, Alba se distinguió por su sagacidad, por su economía de medios, por saber siempre ubicarse en la posición más favorable mientras conducía a su enemigo a la menos ventajosa. Puede que no llevara a cabo grandes batallas al estilo de Austerlitz, pero trataba de eludir con estos enfrentamientos un alto costo en vidas. Añadiendo que fue el verdadero iniciador del ejército moderno basado en la organización, la disciplina y la preparación logística.

Después de diversos avatares en su larga vida, y después de haber pasado al lado oscuro, como diríamos hoy, por el episodio de la guerra de Flandes, en 1580, a la edad de 72 años, el rey Felipe le pidió un nuevo esfuerzo: debería encaminarse a la frontera portuguesa y conquistar la tierra lusitana para su Majestad Católica. Venciendo en la batalla de Alcántara en 52 días ocupó Lisboa. Felipe ya podía ser nombrado también Felipe I de Portugal. En la capital lisboeta vivió Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel sus dos años últimos de vida como Primer Virrey de Portugal.

Dado su severo carácter y su forma de hacer justicia, el episodio de Flandes es recordado como un holocausto, consiguiendo que la historia olvidara las represiones perpetradas por el Duque de Borgoña e Isabel I de Inglaterra. La leyenda negra estaba servida.

Fue, sin duda, uno de los grandes hombres de su época, que ha visto mancillada su reputación durante siglos cuando no era mucho peor que sus contemporáneos; antes bien, fue mucho mejor: más capaz, más justo y más virtuoso. Desgraciadamente, como bien señala Maltby, alguien menos virtuoso habría tenido más suerte.

Flandes se había caracterizado, históricamente, por su ingobernabilidad. La corrupción y la dispersión del poder llevaron a Carlos V a acometer un primer intento de organización, fracasando totalmente. En 1566 en los Países Bajos que gobernaba Margarita de Parma, hija natural de Carlos V, los protestantes calvinistas reclamaban libertad para su culto, pero a su vez eran intolerantes con los católicos, profanaban las iglesias y mataban a los curas. Sólo en la parte occidental de Flandes fueron saqueados cuatrocientos templos católicos.

Margarita de Parma y la nobleza de allí le pidieron a Felipe II que fuese a los Países Bajos. La presencia del rey se consideraba suficiente para apaciguar los ánimos; incluso quizá bastaría con que mandara a su heredero, el príncipe don Carlos.

A principios de 1567, Margarita de Parma, con la ayuda de los nobles protestantes que luego encabezarían la rebelión en serio, había impuesto el orden. Envió un mensaje a Felipe II diciéndole que ya no había problema, que no mandara al ejército, pero el mensajero llegó el día en que Alba zarpaba de Cartagena camino de Flandes. La suerte estaba echada. Felipe había hecho intención de ir, pero al final decidió mandar al Duque al frente de un poderoso ejército. El Duque de Alba a la sazón contaba 60 años, en una época en la que a los 40 se era viejo.

Entre sus hazañas más notables está la forma en que llevó su ejército de 15.000 "bocas" desde Italia a Flandes. Fue un prodigio de logística, bordeando territorios hostiles, (de ahí la expresión "poner una pica en Flandes") sentando las bases de lo que a partir de entonces se llamó el "Camino Español" o ruta alternativa cruzando el Mediterráneo hasta Italia y desde allí hasta Flandes, constituyendo el enlace que mantuvo la presencia española en los Países Bajos durante 80 años de guerra.

Aunque allí se le considerase un monstruo, cuyo nombre se usaba para asustar a los niños: "¡qué viene el Duque de Alba!", en ciudades de Italia y Francia, por donde discurría el Camino Español, se levantaron monumentos, como la estatua en que don Fernando aparece como el dios Poseidón, que todavía existe en Besançon.

El Duque que era el brazo ejecutor de las órdenes de su señor, el rey Felipe II le había pedido que se cubriese de ignominia para luego aparecer como Felipe II el Salvador. El extremadamente fiel Alba aceptó esta misión instaurando una dictadura militar y en diciembre de 1567 la Infanta Margarita renuncia a la regencia. Desde el principio Fernando Álvarez de Toledo consideró que la mano dura era el único camino, estableció el Tribunal de los Tumultos dando validez jurídica a sus acciones. Este tribunal conocido también como el Tribunal de la Sangre, tenía un carácter no sólo político, sino también marcadamente religioso, en el que quedó claramente reflejada la filosofía política de un soldado, el duque de Alba; que pensaba que los reyes habían nacido para ser obedecidos por todos sus súbditos sin discusión. El rigor extremo con el que actuó el Tribunal de Tumultos, funcionó siete horas diarias repartidas en dos sesiones, una de mañana y otra de tarde, en las cuales era frecuente la presencia del Duque (algunos opinan que al no fiarse de los jueces todo el peso de la barbarie recayó sobre él), el cual no vaciló en ningún momento a la hora de emitir sentencias condenatorias que se reducían en la mayor parte de los casos desde la incautación de bienes a la muerte.

Uno de los Cabecillas de la rebelión fue el conde Egmont que era un ferviente católico y había prestado servicios al rey Carlos V habiendo sido siempre tratado con afecto por Felipe II. A la llegada de tropas españolas, Egmont y el Conde de Hoorn (su compañero en la sublevación) no mostraron ningún temor e incluso fueron a recibir al veterano general. El Duque de Alba era hombre severo e inquebrantable, pero siempre había mostrado deferencia en el trato con hombres de armas. Egmont era uno de aquellos, casi un monumento militar, y el noble castellano profesaba gran admiración por el conde al igual que el rey.

Con todo, las primeras palabras del castellano, producto de su humor amargo o tal vez del largo viaje, han pasado a la historia de lo macabro: "Veis aquí un gran hereje". Alba consiguió pasar aquellas palabras por una broma, simplemente, poco adecuada, pero en secreto aguardaba poner en marcha cuanto antes las órdenes reales. El Duque de Alba y Felipe II no guardaban dudas de la culpabilidad de ambos y se habían referido numerosas veces en términos gruesos a las misivas que llegaban de Egmont.

El 5 de junio de 1568, los Condes de Egmont y de Hoorn fueron decapitados en el Mercado de caballos de Bruselas ante los ojos de una multitud sollozante y las lágrimas incluso de su propio verdugo, Fernando Álvarez de Toledo. La carta con el informe oficial que fue enviada por el Duque a su rey era lacónica: "El castigo se hizo como VM verá por los despachos que van con ésta, VM queda hoy Señor de estos estados..."

Fue un gobierno personal, por lo que cualquier desgracia, fuera o no culpa suya se imputó al Gran Duque. Algo que no obstante no le habría importado si el rey hubiera cumplido su parte -el agradecimiento-, como Alba cumplió con la suya. De hecho, en su epistolario se trata a menudo del tema de la ingratitud de los príncipes. Una frase que utilizaba con frecuencia en sus arengas a sus militares a los que usualmente llamaba señores soldados, decía: "Los reyes usan a los hombres como si fuesen naranjas, primero exprimen el jugo y luego tiran la cáscara".

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