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Gambito de rey

La novela La herida se mueve, de Luis Rodríguez, es uno de los últimos paraísos vírgenes del planeta literario

Si quieren disfrutar de uno de los últimos paraísos vírgenes de nuestro muy cartografiado planeta literario, si están dispuestos a desbrozar la selva de la crítica publicitaria y abrirse paso a uno en verdad salvaje y sorprendente, la breve obra narrativa de Luis Rodríguez (Cossío, Cantabria, 1958) es la región que los está esperando. La culpa de lo secreto y silvestre la tiene la editorial asturiana KRK y su coordinador entonces, Ricardo Menéndez Salmón, que lo descubrió (yo confieso que sospeché que fuera un heterónimo). En una editorial pequeña y paciente pudo así escribir lo que quiso sin otra presión que saber hacerlo. Tras La soledad del cometa (2009), creo que lo logró en Novienvre (2013).

Pero el secreto va a dejar de serlo, porque su última novela, La herida se mueve, sale en Tropo Editores, con una difusión muy superior. Ahora: ¿qué puede diferenciar este libro de un ejercicio de traslación de algunas teorías filosóficas, de un muestrario de efectos de la narrativa postmoderna o del "after-post", de un enlucido vanguardista de los viejos adobes del neorrealismo? Que no necesita huir de ser precisamente eso. La clave está en la brutal genialidad en la invención, la observación, la lengua, el dominio constructivo. Y en que aquí no se siente el ansia de la novedad ni de la influencia. Y respiramos; por la herida.

Tranquilos, no pasa nada

Varios personajes se cruzan y se desconocen en un mapa tendido entre Cantabria y Levante. Benito acepta que lo tomen por loco y lo internen para expiar una vieja culpa. Genaro atraca un banco y obliga a los rehenes a hacerse cómplices, y nadie señala; a cambio de su imposible condena, ahora recibe extrañas misiones de la policía. Aceptan cargos ajenos. Soraya o Maribel podrían explicar algo, y callan. En el bar del pueblo, dos aficiones silenciosas: los crucigramas y el ajedrez. Podría resumirse lo que pasa en esta novela con varios clichés críticos: anomia, entropía, aporía. O sea, aquí no pasa nada, para intranquilidad del lector. Las acciones son irrelevantes en un conjunto centrífugo y sin aparente sentido; los personajes no tienen esencia ni presencia, son "estados de la materia en un momento preciso y pasajero" (p. 20); por eso sus cargos morales nunca son propios ni ajenos. Y tampoco es una novela del absurdo (esa plegaria a la lógica). Entonces, ¿es esto una mera demostración de la teoría de la identidad como fragmentación y metáfora de Paul de Man o el último Barthes?; ¿de la dispersión rizomática de Deleuze y Guattari? Nuestros respetos. ¿Imposturas intelectuales, versículos para la escolástica congresual? Buen provecho si así es.

Un pasatiempo sin solución. Pero no. Porque pulsamos aquí la vena más profunda de la literatura, la que no es milagro ni redención ni epifanía (subgéneros para simples fanáticos) sino profesión de fe, que tiene tan presente el riesgo del vacío. No interesan la peripecia o los protagonistas, sino todo lo que los utiliza y es más sólido que ellos: amor, soledad, voluntad, miedo, odio. Son las ideas las que ahora buscan a los personajes, que no existen, asisten: celdillas o escaques pasivos de un pasatiempo mayor. Intentamos leer la novela lineal y horizontal, y no surge nada inteligible. Solo los cruces verticales permiten un asomo de sentido; y tampoco. Recurrimos a la página de soluciones, vamos al índice; y resulta que es narrativo, exergos que confunden más lo antes leído. El diseño del crucigrama parece negligente, debemos añadir casillas a mano o forzar letras: nuestra necesidad de un significado. Pero los enunciados y definiciones mutan: nos hacen trampa a nosotros. Los trebejos se mueven sin jerarquía; la torre en diagonal, la reina a saltos, y hacemos un gambito no ya de caballo (Faullkner, claro), sino del mismísimo rey, el supremo sentido que es el destino (el orden, en dos palabras que son una misma serie de letras desordenada). Todo remite a una nueva moral gaseosa. Nadie sabe dónde está la herida; solo la misma certeza de estar desangrándose. Releo ya esta inexplicable maravilla.

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