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pablo rivero, escritor

"Las heridas sin cicatrizar ofrecen buena sangre literaria"

"La era digital me suena a basura, a desarrollo insostenible, a falso y vacuo conocimiento, a cobardía amparada en el anonimato"

Pablo Rivero. PELAYO CAMPA

Pablo Rivero (Gijón, 1972) publica Érase una vez el fin (Anagrama), una novela que desborda talento a borbotones con una mirada siempre amartillada y cargada de audacia en todos los sentidos. La balada del pitbull (2002) y Últimos ejemplares (2006) hicieron de él un autor de culto y se le incluyó en la "literatura de barrio DC", es decir, después de (Francisco) Casavella)", el gran escritor barcelonés, fallecido en 2008 con solo 45 años.

-¿Qué piensa cuando le llaman autor de culto?

-Es una bonita forma de decir que no te conoce ni dios.

-Camarero, albañil, descargador, reciclador de cartuchos de tinta, almacenista? ¿Todas esas profesiones guardan una misteriosa relación, que dirían los sabios griegos como usted bien recuerda?

-No soy precisamente un sabio griego, pero supongo que sí. A albañil no llegué nunca, me quedé en peón, es un oficio complicado. Todos los trabajos son importantes y en todos he aprendido cosas y conocido a gente que aporta experiencia y valores.

-¿Escribir sobre la marginalidad exige tener las ideas muy centradas o se deja contagiar?

-Procuro tener muy claro aquello sobre lo que voy a escribir, pero por otro lado la marginalidad no deja de ser un tipo de contexto como lo podría ser la corte francesa del siglo XVII.

-¿Para escribir prefiere el caos o el orden?

-Si se me permite la expresión: "el caos ordenado".

-¿Hay mucho lobo en el mundillo literario?

-No lo sé. Las personas de ese mundo que conozco son gente extraordinaria, aunque supongo que habrá de todo, de todas formas no hago mucha militancia.

-¿Qué banda sonora tiene su novela?

-Pues tiene varias, una clásica y academicista que coincide con el esplendor de la formación intelectual, otra más underground y alternativa que se adentra en el campo de la experimentación y las emociones vinculadas a los instintos, y otra populista y enlatada para consumo de la masa borreguil.

- ¿Habla de sí mismo entre líneas o a cara descubierta?

-Procuro hablar de mí mismo lo menos posible, pero en el supuesto de que lo hiciera, sin duda lo haría entre líneas.

-Leo: "En la puerta hay un timbre impregnado por las sucias huellas del fracaso". ¿Ha llamado muchas veces a esa puerta?

-No, pero conozco a gente que vive en esa habitación. Ellos me hablan desde el otro lado de esa puerta y a veces me siento en la obligación de erigirme en portavoz.

- Las mentes más brillantes de su generación convertidos en ruinas. ¿Por qué?

-Por un mundo que cambió muy rápido , unos valores que se pasaron de moda, la adopción de sistemas educativos importados y descontextualizados, redes culturales y empresariales endogámicas que jamás nos han dado la oportunidad de tocar, la rápida incursión en la sociedad de las nuevas tecnologías, el desprecio de la paciencia y el esfuerzo, la sobrevaloración de las llamadas redes sociales... aunque el lector ya se habrá dado cuenta de que la frase es una copia de un verso de Allen Ginsberg pronunciado ya hace unas cuantas décadas, con lo cual el tema viene de lejos?

-¿A qué le suena la era digital?

-A basura, desarrollo insostenible, falso y vacuo conocimiento, cobardía amparada en el anonimato, máquinas sustituyendo a hombres y mujeres, contaminación?

- ¿Imprime carácter ser de Gijón?

-Todas las ciudades. Y las de Asturias no van a ser menos.

- ¿Cuándo empezó la debacle?

-Supongo que cuando creímos a los que nos dijeron que la felicidad residía en el consumo de las cosas situadas en las antípodas de las necesidades básicas del hombre desde un punto de vista filosófico.

-¿El vodevil de la política actual le inspira algo?

-Tristeza e indignación, en ese orden.

- El narrador odia a la gente que es capaz de disfrutar de la vida. ¿Eso es una condena o una absolución?

-Precisamente cuando asume la condena, se convierte para él en absolución.

-De haber muerto en el momento más feliz de su existencia, ¿cuál hubiera sido?

-Cualquier noche en la que después de arropar a mi hijo pequeño compruebo que sus ojitos se han cerrado y su respiración se vuelve limpia y serena.

-¿Se lame heridas escribiendo o las reabre?

-La mayoría de las veces las reabro. Las heridas sin cicatrizar suelen ofrecer buena sangre literaria.

-Ya no hay cines en el centro de Gijón, como certifica la novela.

-Y ni siquiera están ya los negocios que los fagocitaron: corporación sopatética, la casa de la hamburguesa?

-¿Se ha traicionado a sí mismo a menudo?

-Me han formado para no hacerlo. Procuro ser una persona lo más íntegra y honesta posible para respetar la memoria de los que me educaron y servir de ejemplo a los que yo mismo tengo que educar.

-¿Alguna vez vio a Gijón como el guetto de Varsovia que mostró Polanski y que se recuerda en su libro?

-No, ni espero verlo nunca, de todas formas quiero dejar claro que el Gijón en el que vivimos no es el mismo que el que aparece en mis novelas. Por supuesto que hay localizaciones físicas y de paisanaje reales, pero la mayoría son hipérboles que se alejan mucho de la realidad, no existe ese Gijón, solo está el nombre. Así como otros utilizan Madrid, Nueva York, París? y otras ilustres "muy novelables", creo que yo tengo el derecho a poner Gijón también en mis localizaciones.

-El final, sin ánimo de revelar nada, le da una cuchillada al lector. ¿Era inevitable?

-En cierta manera sí, aunque no quiero explayarme mucho en la respuesta para no adelantar acontecimientos a aquellas personas que les pueda interesar leerla.

-¿Las comparaciones con Francisco Casavella son odiosas?

-Ojalá algún día me puedan comparar con él. De momento, utilizando un símil futbolístico, me conformo con vestir la camiseta del equipo donde él jugó.

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