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La imposible redención por la cultura

George Steiner prolonga en Fragmentos su reflexión sobre las humanidades y la continua tensión entre los aspectos más sublimes del hombre y su naturaleza animal

La imposible redención por la cultura

La potencia de los libros no guarda relación con su tamaño. Un ejemplar que apenas desborda el hueco de la mano puede abrirnos a un mundo muy ancho, tanto por lo que nos cuenta en sí mismo como por la capacidad de incitación del autor. Es el caso de George Steiner, el indagador de lo humano desde sus aspectos en apariencia más sublimes, el erudito que no se queda en un conocimiento inane y despliega su saber como una invitación a ampliar el horizonte de nuestras vidas.

Para acentuar la apariencia de lo diminuto, el libro más reciente en español de ese sabio menudo que fue premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades hace ya quince años se titula Fragmentos, lo que provoca el recelo de encontrarnos ante un conjunto dispar de recuelos del autor agrupados por el puro afán mercantil de su editorial. Recelo infundado, como verificará luego el lector. Estos "fragmentos aforísticos" están cosidos con la ficción de figurar un pergamino carbonizado que se encontró en una villa de Herculano y que se atribuirá a Epicarno de Agra, "moralista y elocuente orador". Ese juego intelectual permite a Steiner volver sobre todo aquello que está en el centro de su reflexión y de su escritura: la filosofía, la poesía, la música, la ambivalencia de eso que llamamos humanidades o el mal, con el añadido de un apunte sobre el dominio del dinero en nuestro tiempo y lo que piensa sobre la muerte alguien que está en el umbral de los 87 años.

"Nada nos había preparado para nuestro siglo", reflexionaba Steiner en una diálogo con Antoine Spire editado bajo el título La barbarie de la ignorancia (El taller de Mario Muchnik, 1999). "¿Por qué las humanidades en el sentido más amplio de la palabra, por qué la razón de las ciencias no nos han dado protección alguna contra lo inhumano?". La pregunta que se hacía en aquella conversación, bulle todavía en estos Fragmentos. El hombre modélico en su cultura y conocimiento muestra sin reservas sus dudas sobre la capacidad de todo ello para hacernos mejores y cuestiona el mito ilustrado de la redención por el saber. La naturaleza humana es refractaria a los añadidos que difuminan nuestra animalidad, algo comprensible porque todo ese material sublime que constituye el centro de la actividad vital de Steiner carece de capacidad para liberarnos de las exigencias básicas. Las "limitaciones psicológicas elementales" son el gran factor de igualación. La posible conclusión futura de que esas limitaciones están inscritas en la parte más profunda del ser de una parte de la humanidad tendría "consecuencias políticas y sociales ingobernables". Por ahora, "la palabrería de lo políticamente correcto ha hecho casi imposible entablar un debate serio acerca de la naturaleza y la educación; examinar la parte de la herencia genética, y de factores económicos y sociales, en la composición de las capacidades humanas", apunta el autor Gramáticas de la creación. Lo que sí nos consta es que "el número de hombres y mujeres equipados para asimilar una síntesis kantiana a priori, un soneto de Shakespeare o la teoría de cuerdas puede seguir siendo mínimo. Una mayoría de la humanidad elegirá ver telenovelas en vez de leer a Esquilo; hará del fútbol una religión global y considerará en pensamiento abstruso como algo cómico o vagamente amenazante". Nadie puede reprocharles que renuncien a la emancipación por la cultura porque "¿qué obras de arte, qué poema, qué hallazgo topológico ha logrado mantener el hambre a raya, hacer que la injusticia sea más soportable?".

Para Steiner resulta evidente, como ya advirtió hace tiempo, que "el animal humano es muy perezoso, probablemente de gustos muy primitivos, mientras que la cultura es exigente, cruel por el trabajo que requiere". Y ello sin entrar en capacidades humanas como "la creatividad de primer orden, a menudo comparada con la divinidad", que "escapa al entendimiento, no digamos ya a la predicción". Frente a quien desarrolla esos potenciales "casi todos nosotros llevamos vidas de segunda. El único recuerdo que dejamos de nuestro nombre está en la guía telefónica o en la nómina de los impuestos".

Steiner detecta en lo contemporáneo rasgos que le disgustan. "El alarido del dinero nunca ha sido tan descarado como ahora", escribe. En un tiempo cargado de crudeza y dificultad asistimos al empeño de convertir el mal en una anomalía, una disfunción corregible. "En el mejor de los mundos posibles todo es para bien?.los actos de maldad son accidentes, posiblemente neurológicos, de origen químico. La educación y los avances en medicina podrán curarlos". Sin embargo, "¿qué es nuestra historia -desde el asesinato de Caín hasta los hornos de gas y la incineración nuclear- sino la crónica de lo inhumano?". El mal está en nuestra esencia y aunque "entre nosotros hay santos seculares. Sin embargo, no parece que los haya ni en grandes cantidades ni con gran eficacia sociopolítica".

El autor de estos Fragmentos está en la puerta de salida. "El momento más trascendental en la historia del hombre es el descubrimiento de la muerte", apunta. Pero su mayor inquietud es lo que pueda pasar antes de ese momento porque "las debilidades del cuerpo no son nada comparadas con la devastación de la mente" y "decenas de miles de mujeres y hombres soportan sus últimos años mirando a la nada", frase que aviva una de las imágenes más terribles de "Youth", la última película de Sorrentino. "Elegir la manera y el momento de nuestra muerte" se convierte así en una "libertad fundamental" de la que "la geriatría, remanente de teologías obsoletas, busca privarnos".Para encarar con lucidez esa salida "hay que saber quién es uno", lo que "confiere al menos una pequeña reserva interior".

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