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De gallos y hombres

La obra maestra de Charles Willeford es una novela cargada de testosterona

Como todos los autores que la editorial Sajalín incluye en su catálogo, el estadounidense Charles Willeford (1919-1988) tuvo una peculiar trayectoria vital: huérfano desde los ocho años, a los doce se escapó de la custodia de su abuela y vivió un par de años como vagabundo durante la Gran Depresión. A los dieciséis ya se había alistado en el ejército. Sirvió en Filipinas y participó en la Segunda Guerra Mundial, por lo que fue condecorado. Tras abandonar la vida castrense, fue boxeador profesional, entrenador de caballos y actor ocasional. Estudió pintura en Francia y literatura inglesa en Miami, convirtiéndose con los años en crítico literario y profesor universitario. Escritor prolífico, la fama le llegó de viejo gracias a una serie de novelas policiacas protagonizadas por un sargento de homicidios. Su obra maestra, Gallo de pelea, la llevó al cine el original director Monte Hellman y la protagonizó Warren Oates -uno de los actores fetiche de Sam Peckinpah- en el papel del silencioso Frank Mansfield.

Con semejante biografía no es de extrañar que esta novela de Willeford esté repleta de testosterona, de tipos duros que se dedican a una actividad violenta -las peleas de gallos-; de hombres que hablan poco, pero cuando lo hacen sus palabras quieren decir algo, pues se rigen por normas de fidelidad antiguas: "entre galleros, un apretón de manos obliga tanto como una declaración jurada ante notario".

Frank Mansfield, de treinta pocos años, desea ganar el Premio de Gallero del Año que se concede en el Torneo de la Conferencia Sur, y hasta que lo consiga se ha prometido a sí mismo mantener voto de silencio. Ambientado durante los años sesenta del siglo XX e inspirado en La Odisea, el viaje de Frank Mansfield por reñideros, bares, parques de caravanas y carreteras del Sur de Estados Unidos nos asoma a un mundo de hombres capaces de empeñarlo todo por mantener su palabra, aunque esa palabra haya sido producto de una fanfarronería. Mansfield lo pierde todo en una apuesta con Jack Burke, quedándose sin blanca, pero aún así persistirá en su empeño de ser Gallero del Año. Para lograrlo contará con la ayuda de su vecino Omar y con la comprensión de Bernice, su paciente novia.

Gallo de pelea es una novela con ritmo, escrita con los puños, para que se note su aspereza, su fuerza, su vigor, su virilidad, su gallerío: "La gallística es el único deporte que no puede amañarse, y es posible que sea la última competición justa que queda en América. Un gallo nunca abandonaría una pelea, ni siquiera si supiera hacerlo". Y sin embargo, a menudo la poesía refulge entre la prosa descriptiva y funcional: "Si existe algo más hermoso que la visión de un gallo bravo de pura raza a la luz más temprana de la mañana, yo no lo conozco", nos confiesa el narrador Frank Mansfield al encontrarse con Icky, el gallo que le comprará a Ed Middleton y con el que podrá ponerse de nuevo en marcha sin mirar atrás: "Tenía la sensación de que finalmente había quemado todos los puentes que me ligaban al pasado, todos salvo uno. Pero no me arrepentía de nada. Para sobrevivir en este mundo, uno tiene que hacer lo que tiene que hacer".

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