La obra del francés Jean Giono ha vuelto a cobrar reconocimiento universal en los últimos años, después de que durante largo tiempo su pasión por la Provenza le valiese la etiqueta despectiva de escritor regionalista. Miserias de la crítica y de la recepción. Giono, que en esencia fue un rebelde, se caracterizó tanto por su pacifismo, curtido en las trincheras de la I Guerra Mundial, como por su rechazo de la deshumanizada vida urbana de la sociedad industrial. El pacifismo le costó caro, ya que le acarreó injustas acusaciones de colaboracionismo con los nazis que no logró disipar hasta mediada la década de 1950. Por el contrario, su amor por la naturaleza le ha acabado valiendo el renombre mundial de la mano de esa pequeña maravilla que es El hombre que plantaba árboles, cuyos orígenes hay que buscarlos en este Las riquezas verdaderas. Estamos ante un vibrante manifiesto de ecología poética, resultado del proyecto colectivo de insubordinación que llevó al autor y a un puñado de amigos a dejar atrás París e instalarse, en plenos años 30, en un valle provenzal para vivir de otra manera. Magno.