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Cara a cara: fotografía e identidad

Más de un centenar de obras de algunos de los mejores artistas españoles y portugueses de la Colección Foto Colectánea

Cara a cara: fotografía e identidad

"Existen muchas personas, pero todavía más rostros, pues cada una tiene varios. Hay personas que utilizan un rostro años y años seguidos y claro está que se gasta, se ensucia, se quiebra en la arrugas, se ensanchan como los guantes usados en un viaje. Son personas ahorrativas, simples: no lo cambian, ni siquiera lo llevan a limpiar". Recordaba yo este texto, que es de Rainer María Rilke, viendo la exposición de la Colección Foto Colectánea, que reúne trabajos de medio centenar de fotógrafos de entre los mejores de España y Portugal desde mediados del pasado siglo. La exposición se titula "Cara a cara" y va de retratos, sobre todo de rostros como era lógico esperar, aunque también hay imágenes de cuerpo entero, y contemplándola me dio por pensar si los rostros de las fotografías serían de los que se usan poco y se utilizan, con pequeñas variaciones claro está, años y años seguidos, lo que me llevó a una reflexión sobre fotografía e identidad, que a menudo pensamos son una misma cosa. No hay más que ver que para que uno pueda demostrar ser quien dice ser, lo definitivo es el carnet de identidad, con la fotografía como dato concluyente. Y sin embargo eso no prueba nada sobre quién es en realidad el individuo, porque de las mil caras que nos podrían dar un atisbo de su personalidad solo nos enseña una, y además falsa, que es la que ponemos para hacernos una fotografía.

Reflexionando sobre la identidad pienso en la antigua superstición de aquellos, que podían ser primitivos pero no tontos, que temían que la fotografía les robara el alma, lo que sí sería perder la identidad aunque luego apareciera la foto en un papel. Debían sentir algo parecido a lo que uno experimenta a veces después de mirarse fijamente al espejo durante un tiempo, sintiéndose como un desdoblado, un ser distinto al que vemos reflejado, que se marcha por su cuenta cuando uno deja de mirarse. El aura o la personalidad no se dejan retratar, y puede que el tener conciencia de eso es lo que hace tan misteriosos los fascinantes autorretratos de los maestros de la pintura, cuando los hacen mirándose al espejo.

Con todo esto iban resultándome cada vez más inexpresivos, o mejor "uniespresivos" los rostros de la exposición y hasta llevé un sobresalto viendo la foto de Helena Almeida, una portuguesa de las más grandes, recordando una espléndida muestra de grandes formatos, con fotografías como la presente, manipuladas plásticamente con gestuales trazos borrando su rostro, su cuerpo, su identidad. Quedé tan influido que empecé a encontrar todos los rostros extrañamente parecidos, sobre todo cuando eran fotos de grupos, como si fuesen todos de la misma familia. A propósito de eso, Gillian Wearing, artista británica realizó en el 2003 un Álbum de seis fotografías, adoptando en cada una la identidad de varios miembros de su familia, ella incluida de adolescente. Durante dos años, trabajó con un equipo de especialistas en máscaras y disfraces para crear los modelos de los personajes a fotografiar, en los que solo los ojos de la artista era el denominador común, "donde se delata sutilmente la identidad que oculta la máscara", se escribía en la presentación, pero ni siquiera estoy seguro de eso, aunque es verdad que los ojos gobiernan la imagen, no es lo mismo tener ojos que mirada.

Pero lo que importa sobre todo es disfrutar de esta importante exposición de fotografía, de la tan notable calidad técnica y artística de sus autores, y de la variedad de estéticas y temáticas. Recordar las imágenes del añorado Nicolas Muller, el húngaro de Llanes, de Alberto Schommer, autor de aquel magnífico libro titulado "El encuentro" que fue un recorrido hermoso e íntimo por el Oviedo de los años 90, de García-Alix, Oriol Maspons, Cualladó, Humberto Rivas y un etcétera tan largo como brillante. Con especial mención por mi parte de Jorge Molder, de quien tengo en la memoria sus fotos sobre un agente secreto y otras en torno al mundo de Edwar Hopper y que me hizo recordar, aunque no esté aquí, a Adriana Molder, que se apoya en la fotografía para crear su mágica atmósfera pictórica en torno a los rostros figurativos, en tinta china sobre papel de calco, y que expuso hace años en nuestro museo de Bellas Artes.

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