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Ante un futuro incierto

El sector musical español se siente indefenso ante unos vaivenes políticos que frustran décadas de trabajo

Ante un futuro incierto

La pasada semana escribí un comentario sobre la delicada situación de dos temporadas de ópera. Ese artículo ha desatado un fuerte debate en redes sociales que permite atisbar el desánimo y la sensación de desamparo del sector de la música clásica y de la lírica en España.

Conviene hacer historia y pedagogía para una clase política que sigue sin entender las peculiaridades de un área que necesita pautas de trabajo muy estables para desarrollar su actividad. Musicalmente, España dejó atrás la dictadura sumergida en un profundo subdesarrollo. Apenas sin orquestas sinfónicas, auditorios o con los principales teatros dotados de infraestructuras obsoletas y, salvo en algún festival o en ciudades como Madrid o Barcelona, totalmente al margen de las giras internacionales de conciertos. Sólo la red de Sociedades Filarmónicas de iniciativa privada lograba atraer algún solista de prestigio.

A partir de la década de los ochenta, la construcción de una serie de auditorios y de nuevas orquestas sinfónicas se vio acompañada de un paulatino ingreso del país en las giras de conciertos que configuran la actividad mundial. Nuevos festivales y temporadas se sumaron a una realidad que permitía encarar el futuro con esperanza. El crecimiento llegó de la mano de una gestión cada vez más profesionalizada, abandonando el amateurismo que hizo demasiado daño. Al principio hubo que pagar cachets más elevados para conseguir atraer a los artistas, pero la solidez y seriedad de los circuitos acabó por rebajar las cifras y conseguir equipararlas a las grandes potencias europeas. El crecimiento paulatino se desarrolló en casi todo el territorio y España estaba, con la música, escribiendo una de las mejores páginas de su larga historia cultural. La mejora de la enseñanza generó nuevas y preparadísimas generaciones de músicos que se han incorporado a las orquestas y que, también, están configurando agrupaciones de prestigio internacional. La musicología alcanzó cotas desconocidas y, por fin, empezamos a valorar nuestro ingente y valioso patrimonio en este ámbito.

Y en esto llegó la crisis, el IVA cultural, y con ello el retraimiento de las ayudas públicas, del público y, lo peor para el sector, una falta total de certidumbre en el futuro. La actividad musical necesita trabajar con un par de años de antelación para configurar giras y conciertos. Lógicamente, en la mayoría de los casos, se hace mediante compromisos verbales que proporcionan garantías antes de firmar los contratos, que a veces se hacen apenas con unos meses de antelación. Pero ahora esas garantías casi no existen. Continuamente hay que cancelar giras planificadas entre cuatro o cinco ciudades porque se cae una y hace que el costo ya no sea asumible por el resto. El caso reciente de la temporada de ópera de La Coruña, que la semana pasada enuncié, es un ejemplo paradigmático, pero no el único. Ante esta realidad cambiante, el sector se repliega. El desánimo cunde entre intérpretes, agentes de conciertos y programadores que ven como la brecha con el resto de Europa se vuelve a abrir. La crisis ha sido la disculpa perfecta para borrar, poco a poco, el sector de un plumazo. Ante una situación tan difícil sólo cabe la protesta cívica, el continuo martillear que reclame el derecho ciudadano a no perder una parte esencial de la cultura que, poco a poco, se está llevando a la marginalidad. Insisto que es un frente de batalla que ha de implicar a todos para evitar el derrumbe definitivo y que este país vuelva a la caverna de la ignorancia musical.

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