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Lo insólito

El paseo, una magnífica entrada al mundo asombroso del húngaro Attila Bartis

Lo insólito

La consagración de lo insólito es uno de los más felices acontecimientos de la literatura. Entiendo aquí insólito en un sentido sancionado por la propia historia de la literatura, el de un conjunto de obras que construyen universos autónomos, casi siempre alejados de los modos habituales de la narración. Y pueblo este reino de nombres, para que se me entienda: Bruno Schulz, Samuel Beckett y Clarice Lispector son autores de lo insólito. En sus textos la solución audaz o el giro inesperado no son motivos accidentales, sino fuentes normativas. Desde el comienzo de la narración, o de su sombra, si es que llegan a existir elementos como trama, historia o incluso sentido, el lector es invitado a penetrar en una obra que se nutre a sí misma, pues la voz que la gobiera ha decidido que la falta de correspondencia entre algo a lo que denominar realidad y la propia soberanía del texto no es un defecto de éste, sino, en todo caso, una incapacidad de aquélla. Si la realidad no encuentra acomodo en el texto, peor para la realidad.

Nacido en Transilvania, aunque ciudadano húngaro y escritor en esa lengua, Attila Bartis merece engrosar ese elenco de creadores para los que lo insólito supone un destino. Y El paseo, su primer texto de ficción, recuperado por Acantilado en una exquisita versión, es una formidable puerta de entrada a un mundo radicalmente libre, impecable en la profundidad de sus logros, bellísimo en su mezcla de crueldad y poesía. Como casi todos los grandes libros, y a pesar de su exiguo volumen (140 páginas), El paseo se resiste a ser resumido. Cierto que en él hay varios personajes, unos cuantos espacios, un tiempo más o menos identificable, la evidencia de una coartada narrativa (ese paseo del título que puede interpretarse en el contexto de una formación, un peregrinaje, la búsqueda de un lugar en el mundo) y una voz que cuenta, la de la orfandad, voz que nos acompaña desde el primer hasta el último párrafo, empleando además el recurso de la interpelación al lector. Y sin embargo?

Y sin embargo la voz de El paseo demostrará ser tan inasible (atención a la portada del libro, una pintura de Odilon Redon que prefigura los prejuicios del lector), y la narración de sus andanzas tan bizarra, moviéndose en esa frontera desasosegante entre el naturalismo más brutal (la matanza, la sevicia, las carnicerías de la Historia son el punto de partida de El paseo) y el simbolismo más arriesgado (el lago de los mil corderos ahogados, el astronauta sin piernas, la historia del pintor Andor Baár), que la búsqueda de un criterio que permita contar qué sucede en esta novela no haría sino mancillar su talento. Pues a Bartis, como a sus hermanos de leche, los Schulz, Beckett y Lispector, sólo se le puede hacer un favor. Leerlo con la devoción, el asombro y el pasmo que provocan, muy de vez en cuando, ciertas obras literarias.

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