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Siempre diosas

La divinidad de lo femenino en el arte

Siempre diosas

Vivo en una tierra en la que se ha forjado el mito de la Reconquista de España a partir de una batalla que más tuvo de escaramuza, de unos hechos que más bien fueron anécdotas y de unos valores instalados en la pretensión de la dominación del otro. Sobre el mito se construyó un altar y sobre él una basílica y a partir de entonces fue recitado en textos e incluso academias. En esa misma tierra y en esas mismas cuevas quedan vestigios de otro tiempo que ya casi nadie recuerda porque no se forjó mito alguno, otro tiempo en el que "dar vida" era más importante que "arriesgar vida" en batallas. Un tiempo en el que, como atestigua el Camarín de las vulvas, tal vez las mujeres fuimos diosas.

Al final de una galería ascendente del Pozu'l Ramu, oficialmente conocido como cueva de Tito Bustillo, se encuentra la pequeña, apartada y recogida cámara y, en sus paredes, cinco vulvas y un perfil femenino pintadas con magnesio, óxido de hierro, tierra, carbón y grasa. Magín Berenguer deducía del carácter recóndito y protector del camarín su uso como lugar para el ritual de invocación a la fertilidad pero, quien busque certezas, sólo encontrará dudas sobre la intención con que aquellas pinturas fueron realizadas. No obstante, ya que como escritoras o artistas se nos concede la licencia de la ficción, podemos colocar aquel arte al servicio de la poetización del mito del matriarcado y reconstruir un universo simbólico del que las mujeres estamos huérfanas.

En otra gruta algo más lejana, la artista cubana Ana Mendieta esculpió diez grandes figuras humanas a las que se refirió como diosas de la creación: Guabancex (diosa del viento), Atabey (madre de las aguas), Guanaroca (la primera mujer)? Sin duda alguna, este grupo de las Esculturas rupestres de Parque Jaruco recuerda a otras artistas que, a finales de los años setenta, procedieron también a la divinización de la unidad mujer-naturaleza: Mary Beth Edelson será la pionera de los llamados "Trabajos de diosas", Judy Baca pintó a Califa (1976), la amazona creadora de toda vida, Jorvette Marchessault esculpió a la Diosa Madre Planta y Ursula Kavanagh, en la serie Creta (1979), fotografió restos arqueológicos en los que aparecía la diosa de la cultura minoica. En el año 1979 Judy Chicago destinará un puesto en la mesa de The Dinner Party a las Diosas primordiales.

Recorriendo en sentido inverso el Atlántico volvemos de nuevo a Asturias para trasladarnos al mayorazgo de los Miranda en Grado. En los antiguos jardines del palacio familiar fue construida una capilla de confección barroca, pero los problemas económicos que acuciaban al marqués obligaron a renunciar a la decoración de la misma. En el año 2007 la artista asturiana Natalia Pastor creó una instalación específica para la Capilla de los Dolores: impresiones digitales, cajas de luz y neón con las que conformar el retablo perdido de una capilla ya no consagrada. Y en las cuatro calles del retablo unas figuras femeninas que aparecen suspendidas sobre un paisaje industrial. Las mujeres flotan atravesadas por chimeneas de factorías térmicas; monolitos fálicos que violentan a la mujer extenuada pero aún en resistencia. Mujeres como ensoñaciones que emergen del escenario industrial, del "gobierno de los padres" (pues así es como la RAE define al patriarcado) y lo trascienden. Mujeres a las que Natalia Pastor elevó a los altares como diosas de la resistencia frente a una ley no escrita pero impuesta, frente a una problemática sin nombre pero infligida y padecida.

Y las diosas, descolgados ya los paneles de la capilla, destruidas las grutas de Parque Jaruco, olvidadas las piezas que invocaban su protección, son hoy todas las mujeres que pronunciamos el "nosotras" como declaración de principios.

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