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arte

Javier del Río y sus hijos en Siero

Admirable disposición de una obra escultórica de connotaciones rituales difíciles de evocar en una muestra convencional

Javier del Río y sus hijos en Siero

Guardo el mejor recuerdo de Javier del Río (un recuerdo que además tengo ocasión de renovar con frecuencia porque conservo un autorretrato suyo ataviado como jockey) tanto desde el afecto personal como en lo que se refiere a su obra, creo que la más versátil tanto en técnicas como en tendencias y géneros que se recuerda en Asturias, y también la de mayor capacidad para asumir influencias y estilos y convertirlos en un amplísimo universo plástico inequívocamente personal y expresado con imaginación desbordante. En una ocasión escribí que concebía la pintura como una historia nueva que contar y, tiempo después, él declaró que le gustaba inventarse un cuento en cada cuadro. Fue con ocasión de una exposición en el Antiguo Instituto, en Gijón, el mismo lugar en el que el año 2012 se celebraría una nueva muestra suya, en esta ocasión antológica y desafortunadamente póstuma, con ocasión de presentarse el monumental catálogo de su obra publicado con el patrocinio de la Fundación Mª Cristina Masaveu. Por todo ello, me alegré de tener la oportunidad de ver de nuevo una exposición de Javier del Río, en este caso compartiendo espacio con la pintura de su hija Alicia y en una sala tan atractiva como la de la Fundación Municipal de Siero.

Hay que decir que la experiencia, aunque grata, no fue todo lo satisfactoria que hubiera podido ser en algunos aspectos. Por ejemplo, en el pasillo que da acceso a la sala de exposiciones donde nos esperan las pinturas, uno tiene ocasión de contemplar, como algo dejadas de la mano de Dios y de la electricidad, cinco fotografías, de muy estimable calidad por cierto, en cuyas cartelas figura la ficha técnica pero no el nombre del autor o autora. Solo tiempo después, leyendo el texto del catálogo de mano, puede enterarse de que son obra de Tadeo, el otro hijo de Javier, que tampoco figura ni en la portada de dicho catálogo ni en los carteles de la muestra. Por otra parte, aunque para mí siempre resulte placentero ver pintura de Javier del Río, eché de menos que no se hubiera gestionado la presencia de algunas piezas especialmente significativas que, por empeño o etapa de su obra, completasen la visión de su creación pictórica y en Siero se tuviese un conocimiento más cabal de ella. Si la iniciativa fue de la familia, quizá la Fundación Municipal hubiera podido llevar a cabo esta gestión sin demasiado esfuerzo. En cuanto a lo expuesto, resulta difícil la conciliación o diálogo entre la pintura de Javier del Río y la tan lineal, plana y cromáticamente intensiva del mundo caribeño-africano de su hija. Eso resulta difícil de resolver, porque Alicia pinta como pinta, pero me pregunto si no habría algunas otras pinturas suyas como la titulada creo que "Medusa" mucho más proclive a ese diálogo.

A la hora de los elogios, hay que dedicarlos, y sin reservas, a la instalación de la escultura. Será difícil contemplar una mejor, más armónica y equilibrada colocación de las piezas de piedra arenisca de Javier, tan sabiamente talladas y con gran sugestiva expresividad totémica y arcaizante. Su calidad individual se ve potenciada por su disposición en el espacio, que añade al conjunto monumentalidad y trascendencia, tiene algo de crómlech, connotaciones simbólicas, rituales o mágicas, difíciles de evocar en una contemplación expositiva convencional. Hasta la escultura del búho, en madera, que no tiene nada que ver con las demás, ocupa un lugar estratégicamente admirable. Prueben a imaginar que desaparece y cómo el conjunto de las demás piezas se desequilibra, en una especie de "horror vacui". No creo que sea casualidad, alguien ha trabajado muy bien en esta instalación.

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