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Un mapa poblado de directoras

Las mujeres se pusieron detrás de la cámara desde el nacimiento del cine

Las mujeres dirigen, lo hacen mucho y bien y han contribuido con su talento, creatividad y esfuerzo al desarrollo de la industria cinematográfica desde sus inicios. Así se evidencia en los libros Diccionario Crítico de Mujeres Directoras Europeas (Cátedra, 2011) y Directoras de Cine a Ambos Lados del Atlántico (1896-1933). El primero está concebido como una obra de consulta en la que se recogen datos biográficos y glosas críticas de la obra de las directoras europeas desde comienzos del cine hasta 2009. El diccionario, coordinado por Mª del Carmen Rodríguez y Eduardo Viñuela y realizado por un equipo de más de cuarenta investigadores/as, recoge la producción cinematográfica de las cineastas en Europa. En sus páginas se encuentran tanto las directoras más reconocidas (Cavani, Wertmüller, Von Trotta, Sally Potter, o las españolas Icíar Bollaín e Isabel Coixet) como otras muchas cuya obra es menos abundante o ha tenido menor repercusión.

El segundo libro surge, según declara su autora, como un reconocimiento específico a las pioneras del cinematógrafo. Ellas contribuyeron a desarrollar técnicamente el cine, crearon sus propios relatos y abrieron así una genealogía de inspiración para quienes las siguieron. Tras el capítulo introductorio, el libro contiene análisis algo más pormenorizados de cinco directoras fundamentales y se cierra con un capítulo que explica más brevemente la contribución de otras cineastas del periodo. La primera de las directoras presentadas es Alice Guy Blanché, que en 1895 toma prestada una cámara de los Lumiére y obtiene permiso de su jefe, Léon Gaumont, para utilizarla sin desatender su trabajo de secretaria. El resultado, según constata Rodríguez, es la primera cinta de cine narrativo, El Hada de las Coles (1896) y el inicio de una fructífera carrera. Tras hacerse cargo de la sucursal de Gaumont en N. York, Guy Blanché abrirá su propio estudio, Solax, en el que escribe y dirige "por lo menos la mitad de la producción." Simultáneamente, en Italia, Elvira Notari se enfrentaba a la denostación de la crítica y de sus colegas, y aún así consiguió dirigir cuarentaiséis filmes entre 1910 y 1930. Por su parte, Germaine Dulac, en Francia, desplegó su enorme creatividad, aplicando avances técnicos a la capacidad impresionista del cine, y construyendo, por ejemplo, la clarividente subjetividad de su personaje más famoso, La Sonriente Madame Beudet (1923), y La Concha y el Reverendo (1928), obra fundamental del impresionismo fílmico.

En EEUU Lois Weber, discípula de Guy Blanché, crea el estudio que lleva su nombre en 1917. Rodríguez subraya cómo Weber domina la técnica cinematográfica, expresándose a través de complicadas escenografías múltiples, y construye filmes con preocupación social y perspectiva de mujer. Tanto Weber como Dorothy Arzner fueron capaces de gestionar una sólida carrera durante los 1920. Entre la obra de Arzner, que vestía ropa masculina y se contaba entre "los directores más famosos" de su tiempo, Rodríguez destaca Christopher Strong (1933), basada en los hitos de dos aviadoras del momento, Amelia Earhart y Amy Jonson.

Junto con el estudio de estas pioneras del cine el volumen avanza algunas de las razones contextuales por las que las directoras no consiguen abrirse un espacio en el Hollywood clásico a partir de los 40. Entre ellas, el hecho de que el sistema de los estudios evita su acceso a las cúpulas de las corporaciones. Pero además, como subraya Rodríguez, sus nombres no comenzaron a incorporarse a las historias del cine hasta mediados del siglo XX y hay graves problemas de conservación de las cintas y de adscripción de la autoría de las más antiguas, que hacen de este tipo de estudio, además de una necesidad, casi una forma de arqueología.

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