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Poesía del universo en cien páginas

Las Siete breves lecciones de física del italiano Carlo Rovelli enganchan por su sencillez y belleza

Poesía del universo en cien páginas

El descubrimiento de que las matemáticas constituyen el lenguaje secreto de la naturaleza ha permitido a la humanidad adentrarse en sus secretos. Hasta entonces, las descripciones sobre la realidad (filosóficas, teológicas o místicas) no pasaron de ser meros ejercicios intelectuales incapaces de someterse a las pruebas implacables que establece el método científico.

La divulgación de los hallazgos e investigaciones en física fundamental o cosmología se enfrenta a la compleja tarea de traducir al lenguaje cotidiano verdades (teóricas o experimentales) que se esculpen de forma definitiva y cerrada en expresiones matemáticas. Y termina siendo necesaria una prolija explicación, en muchas ocasiones, para trasladar todos los matices que pueden condensarse en una sola fórmula. Ocurre también que el lector pretende extraer de la lectura de obras de divulgación la sensación de haber "entendido" con la profundidad de los investigadores la materia a la que se ha acercado. Pero eso no suele ser posible sin aproximarse también a las en apariencia áridas matemáticas, para descubrir la verdadera belleza del conocimiento.

Pero cabe obtener una imagen del significado íntimo de las teorías y descubrimientos científicos, más ligado a sensaciones que sí han sabido transmitir la filosofía o la poesía, sin que por ello la descripción del mundo, en lo que se refiere a nuestra imagen mental como seres humanos, se vea distorsionada o defraudada.

El físico italiano Carlo Rovelli, uno de los principales investigadores en gravitación cuántica, ha convertido en libro de éxito sus Siete breves lecciones de física (Anagrama, 2016), todo un fenómeno en su país que ha ido conquistando los mercados editoriales de otras lenguas. En apenas un centenar de páginas, repasa de forma escueta pero eficaz siete aspectos de la investigación sobre la realidad de la materia y el Universo.

Las Siete breves lecciones de física (cuyo título evoca un poco aquellas Seis piezas fáciles de Richard Feynmann) recorren desde la Relatividad de Albert Einstein hasta la entropía de los agujeros negros pasando por la mecánica cuántica o la teoría de partículas. Se trata de ampliaciones de la serie de artículos que Rovelli publicó en el suplemento dominical del periódico italiano "Il Sole 24 Ore", por lo que están dirigidos a un público muy general, más con la intención de captar a quien se espanta de la información científica por considerarla demasiado densa que al ya avezado en lecturas.

El resultado es un pequeño volumen que evoca el estilo de un libro de filosofía. Rovelli ha profundizado tanto en la historia como en la filosofía de la ciencia, con especial querencia hacia Anaximandro de Mileto, puente entre Tales y Anaxímenes, a quien considera padre del pensamiento científico. Y al igual que el presocrático al referirse al misterioso ápeiron, indeterminado e indefinido que constituía el principio de todo (arché), el autor de las Siete breves lecciones de física opta por emplear un lenguaje y figuras más próximas a la poesía que a la definición científica, sin perder rigor en la metáfora.

Así, Rovelli escribe que "el mundo es un constante e inquieto pulular de cosas, un continuo venir al mundo y desaparecer de entidades enfímeras". Concluye que la materia, por lo que hasta ahora sabemos, es "un puñado de tipos de partículas elementales, que vibran y fluctúan de continuo entre el existir y el no existir, pululan en el espacio incluso cuando parece que no hay nada, se combinan entre sí hasta el infinito como las letras de un alfabeto cósmico para contar la inmensa historia de las galaxias, las innumerables estrellas, los rayos cósmicos, la luz del sol, las montañas, los bosques, los campos de grano, las risas de los niños en las fiestas, y el negro y estrellado cielo nocturno". ¿No hay acaso aquí una imagen que recuerda a aquella expresión de Anaximandro por la cual "allí mismo donde hay generación para las cosas, allí se produce también la destrucción, según la necesidad"?

Sus investigaciones sobre la realidad íntima del espacio-tiempo en el marco de la gravedad cuántica le llevan a afirmar que "el discurrir del tiempo es inherente al mundo, nace en el mundo mismo, de las relaciones entre acontecimientos cuánticos que son el mundo y son ellos mismos el manantial del tiempo", o que su realidad profunda queda para los humanos vetada ya que "nosotros, seres conscientes, habitamos el tiempo porque sólo vemos una pálida imagen del mundo".

Quizás una de las partes más interesantes sea el último capítulo, en el que Rovelli se adentra en las pantanosas aguas de la conciencia humana. Ateo declarado, en cambio ha defendido siempre la coexistencia entre ciencia y religión aunque rechace los métodos de la segunda. El científico italiano cree que el verdadero poder de la ciencia está más en lo que ignora que en lo que conoce y en su capacidad para replantearse incluso lo que da por seguro, mientras que la teología parte de la fe en verdades irrefutables.

"¿De dónde viene esa sensación de existir de manera singular y en primera persona que experimenta cada uno de nosotros?", se pregunta Rovelli. Apunta a la "teoría de la información integrada" de Giulio Tononi, que busca respuestas a la consciencia en la mera estructura de un sistema organizado, y establece que lo humano no es un rasgo que marque una separación con la naturaleza y nos convierta en observadores tocados de un poder, sino que lo humano es la propia manifestación de la naturaleza en nosotros. "Probablemente seamos la única especie de la Tierra consciente de la inevitabilidad de nuestra muerte individual: me temo que pronto habremos de convertirnos también en la especie que verá llegar conscientemente su propio final o, cuando menos, el fin de su propia civilización", declara Rovelli sin atisbo de amargura, sino como constatación de un devenir intrínseco al cosmos.

En definitiva, las Siete breves lecciones de física forman más un libro de pensamiento que de ciencia al uso, pero sustentado por la descripción del mundo que la ciencia hace en este momento de los terrenos en los que el conocimiento toca la frontera de lo ignoto, con la advertencia de que todo puede acabar refutado en un futuro. Es también un libro capaz de alumbrar expresiones hermosas, ausentes muchas veces de los libros científicos: "Aquí, en el límite de lo que sabemos, en contacto con el océano de cuanto no sabemos, brillan el misterio del mundo, la belleza del mundo, y nos dejan sin aliento".

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