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Tinta fresca

La paz más efímera

La pregunta clave es: ¿cómo Estados Unidos logró hacerse con el control del mundo tras la primera guerra mundial y por qué, a pesar de ese aplastante dominio, no fueron capaces de que la paz fuera estable y duradera?

Adam Tooze dedica más de 800 páginas a explicar esa aparente contradicción (o incoherencia) en El diluvio. Arranquemos con una importante matización: "Calificar a Estados Unidos de heredero de la hegemonía mundial de Gran Bretaña es adoptar el punto de vista de los que en 1908 insistían en definir el Modelo T de Henry Ford como 'coche sin caballos'. El calificativo, más que desacertado, era absurdamente anacrónico. No se trataba de una sucesión. Era un cambio de paradigma, que coincidió con la adopción por parte de Estados Unidos de una visión peculiar del orden mundial". Lo dejó bien claro el ministro de municiones británico David Lloyd George: la guerra es "el diluvio, es una convulsión de la naturaleza que trae cambios inauditos en el tejido social e industrial. Es un ciclón que está arrancando de raíz las plantas ornamentales de la sociedad moderna? Es un terremoto que está haciendo que se tambaleen los mismísimos pilares de la vida europea. Es uno de esos movimientos sísmicos en los que las naciones hacen avanzar o retroceder a generaciones enteras de una sola sacudida". Eso ocurría en 1915. Cuando terminó el conflicto, en 1918, los viejos imperios de Eurasia se tambaleaban. "China se veía convulsionada por una fuera civil. A comienzos de los años veinte del siglo pasado, los mapas del este de Europa y de Oriente Medio habían sido trazados de nuevo". Pero al margen de estas modificaciones visibles hubo otras transformaciones más profundas y menos llamativas: "De la Gran Guerra nació un nuevo orden que, lejos de las disputas y las demagogias de los nuevos estados, prometía fundamentalmente la reconstrucción de las relaciones entre las grandes potencias (?) El nuevo orden que estaba a punto de surgir se definiría en gran medida por la presencia ausente de su elemento más determinante: la nueva potencia que era Estados Unidos". La única nación que, aparentemente, había salido de la guerra "incólume y mucho más poderosa había sido Estados Unidos". ¿Era un "imperio universal, extendido por todo el mundo, similar al que los Habsburgo católicos habían amenazado otrora con establecer?". ¿Por qué, se pregunta el autor, las cosas "salieron tan terriblemente mal si Estados Unidos tenía la intención de establecer un mundo de Puertas Abiertas y contaba con formidables recursos para alcanzar su objetivo?" Al final, el presidente Woodrow Wilson "sucumbió a las fuerzas del Viejo Mundo corrupto, con los imperialistas británicos y franceses a la cabeza. El resultado fue una paz mala que, en su momento, fue repudiada por el Senado de Estados Unidos y buena parte de la opinión pública, no solo de ese país, sino de todo el mundo anglófono. Pero lo peor aún estaba por venir. La acción de retaguardia emprendida por el viejo orden no sólo bloqueó el camino hacia la reforma, sino que, con ello, abrió la puerta a una serie de demonios políticos todavía más violentos".

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