Setenta y cinco años después de su única traducción al castellano, nos llega ahora esta narración capital de Huxley que, como tantas obras de su autor, ha quedado ensombrecida por el éxito de Un mundo feliz. Compleja novela de tesis, magnífico retrato de costumbres, apabullante despliegue de maestría literaria, El tiempo debe detenerse es una deslumbrante exposición del universo espiritual del gran maestro inglés (1894-1963), que tan bien conocía las filosofías orientales y todas las manifestaciones del misticismo. Tomen a un joven aprendiz de poeta educado en un ambiente de agitación izquierdista y llévenlo, en los años del fascismo italiano, a una villa toscana en la que convivirá con un tío culto y hedonista, una mujer maternal y una dama que atesora sabiduría erótica. Inviten a un librero filósofo, llamado a ser el chamánico iniciador del joven, y tendrán una novela de formación en la que, entre mil joyas más, encontrarán una memorable aproximación al Libro tibetano de los muertos. Nada menos que todo un clásico.

Si toma la decisión, muy recomendable, de abordar la lectura de El aldeano de París (1926), será conveniente que le reserve tiempo. No por su extensión sino porque este texto del gran poeta francés (1897-1982) debe ser degustado a tragos cortos. De lo contrario, la mayor parte de esta radiografía del París de la Modernidad se le escurrirá hacia las alcantarillas. No en vano Walter Benjamin, a quien pocos tienen por deficiente, confesaba: "Nunca pude leer, por la noche en mi cama, más de dos o tres páginas seguidas, porque el ritmo de mi corazón se aceleraba tanto que debía apartar el libro de mis manos". Como Benjamin, que reconoce en El aldeano de París el impulso matricial de su Libro de los pasajes, Aragon tiene un fascinante modo de discurrir basado en la lógica de los símbolos. Y al revestir su mirada de la falsa condición de aldeano la despeja de telarañas y transforma en clave de bóveda hasta el más humilde de los elementos urbanos.