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MÚSICA

Un mundo que se va

La paulatina desaparición de los espectadores más fieles de los conciertos

Los ciclos de conciertos de música clásica y las temporadas de ópera han tenido, durante largo tiempo, un modo muy característico de articular su actividad: el sistema de abonos. El aficionado apuesta, al inicio de cada temporada, por renovar su confianza en la propuesta artística que se le realiza para el conjunto de la actividad, en vez de ir concierto por concierto seleccionando sólo lo que más le gusta. Esta forma de actuar, este cheque en blanco, podríamos decir, supone toda una declaración de intenciones. A lo largo de un año de oferta cultural sin duda habrá unos programas que interesen más o menos a cada persona, también unos artistas por los que se sienta una mayor vinculación que otros, pero al final, el melómano como tal lo que decide es que no sólo quiere asistir a lo que, a priori, conoce, sino que se deja seducir para ampliar repertorios, para conocer nuevos intérpretes o darle una segunda oportunidad a aquellos que ya ha escuchado y que quizá, en primera instancia, no le convencieron del todo.

El abono, en este sentido, es una propuesta cultural en sí misma. Es una forma de apoyar una actividad determinada en su conjunto, una manera de indicar con rotundidad que la música es un derecho, una necesidad cultural que no ha de desaparecer de la vida diaria de las sociedades desarrolladas. Últimamente los grandes gurús del asunto de vender entradas dicen que el abono está pasando a mejor vida. Yo, sinceramente, no lo tengo tan claro. Efectivamente el abono, en estos años, está siendo refugio del público de mayor edad y la gente más joven busca, y no siempre encuentra, otros canales de conexión con los ciclos que se ofertan.

El problema real está en que, efectivamente, de no encontrarse los mecanismos adecuados para renovar el abono, este desaparecerá como tal y con él una fórmula que permitía apostar por formatos muy diferenciados con la garantía de un público estable y receptivo. La pasada semana fallecía en su Oviedo natal Menchu Noval, una de esas grandes melómanas, que respondían perfectamente al perfil de un aficionado que sabía ir más allá de la mera contemplación de algún espectáculo sin más. Conocedora a fondo del repertorio lírico tradicional, su curiosidad siempre la llevaba a acudir a toda la oferta, independientemente de que unas cosas le interesasen más que otras. Noval tenía criterio, y sabía exponerlo siempre con el máximo respeto a los artistas. Ese perfil de espectador se está perdiendo y, poco a poco, se diluye en otro al que le falta criterio para analizar los procesos culturales con mayor precisión. Ni que decir tiene que Menchu Noval era una abonada histórica a los ciclos musicales de la ciudad. Ese mundo sí que va quedando atrás, ahora lo difícil es construir una nueva realidad, sin por ello perder lo mucho que se ha ganado. Construir sobre lo construido, con criterio y reflexión, sin improvisaciones.

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