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(Re)llenar la España vacía

El viaje con el que Sergio del Molino rompe el silencio del país interior

(Re)llenar la España vacía

¿Hace ruido un árbol cuando cae si no hay nadie para escucharlo?

Paradoja clásica

Estás, España silenciosa, en nosotros.

Jorge Luis Borges,

"España", 1964

En Fago, aldea de la provincia de Huesca, vivían en 2007 casi una treintena de habitantes y un asesino. En general, la distancia entre un criminal y un no-criminal es indistinguible. "Siempre saludaba en la escalera", "era muy amigo de sus amigos" o "¡paraba en el bar de enfrente!", como si el hábito nos exculpase de no habernos dado cuenta a tiempo. En su ensayo La España vacía Sergio del Molino plantea un país dentro de nuestro país donde, al producirse un crimen, este retumba demasiado como para que afirmemos que corría, soterrado, en la inmensidad de la rutina bien educada. Allí una muerte violenta resuena demasiado, como un disparo seco en la meseta: ocurrió en Fago y ocurrió también en Puerto Hurraco, dos puntos cardinales de ese espacio-nada, y se podría haber escuchado si nosotros, urbanitas con cascos, hubiésemos estado allí para escucharlo.

Comprende y explica el autor zaragozano que hay múltiples españas, incluso algunas funcionando en contradicción con ellas mismas, y que dos aparecen al contraponerse los principales núcleos de población urbana y los enormes espacios despoblados del centro de nuestra nación. A saber, con algún matiz,a la España vacía la comprenderían las dos Castillas, Extremadura, Aragón, La Rioja y la sierra madrileña. Una España vacía que podría llamarse "vaciada" porque antes hubo gente y antes también hubo una razón para que ya no la haya: en su libro la denomina "el Gran Trauma". Es decir, la despoblación rural que llegó después de la postguerra con el desarrollismo ("Ningún dictador ha maltratado tanto y tan persistentemente la España rural como Franco", afirma el autor): en tiempo récord, las principales ciudades españolas aumentaron exponencialmente su población y los pueblos, en sangría rápida y constante, se vaciaron y desaparecieron.

El extraordinario ensayo de Del Molino, que combina análisis literario con sociológico, periodismo o literatura de viajes a través de esta España, apoya las tesis de Umberto Eco sobre la interpretación coherente, solo que aquí no se trata de un análisis semiótico en exclusiva. El escritor aragones plantea una moldura solidísima para un estudio de materiales volubles, de múltiples autores, en permanente construcción y enfrentado a si mismo. Por tanto, su trabajo requiere de una libertad entre disciplinas que él mismo asume desde el principio, quizá con algunos miedos e inseguridades reflejados en las innecesarias notas al pie, y del que nos avisa en el principio: "Aunque bebo de muchas fuentes documentales, no me debo a ninguna ciencia ni tengo especialización académica. Hay especulación, hay poesía y hay libertad en estas páginas. Escribo desde la ignorancia feliz del diletante". Tras esta actitud, con un espíritu unamuniano y legendriano que obliga al tránsito alegre y al humor, se encuentra lo que fue, no es y no será: esa España fantasma, podría titularse así el libro también, que funciona con respecto al viajero nacional como miembro amputado.

Ocurre en algunos pacientes que, una vez cercenada una mano (no se me traumen), es muy común que sientan que sigue estando ahí, que noten los dedos, la palma o su quietud cuando apoyan el muñón en el lateral del sillón. De esta suerte se caracteriza la vacuidad que trata de explicarnos Del Molino, de puro efecto psicológico de "miembro fantasma". Un algo extenso que nos cortaron en los cincuenta pero que, cuando interrumpimos nuestras vidas urbanas mediante alguna casa rural, aún sentimos que continúa ahí. Como en todos los trastornos, la falta puede afrontarse de diferentes maneras: Azorín, con su visita al Toboso del Quijote, doliéndose del abandono del pasado; Buñuel o Llamazares, utilizándolo para crear discurso(s) con diferentes fines; o Tierno Galván, usando ese hueco para fabular un pasado que le convirtiese en uno más de los que le van a votar.

Después de La hora violeta (2013) y Lo que a nadie le importa (2014), crónicas sobre el discurrir biográfico del propio Del Molino, La España vacía enclava a las dos anteriores en el lugar donde les (nos) ha tocado vivir. Es como si aquellos dolorosísimos escritos soltasen hacia la atmósfera lo que en tono de ensayo policromático se conjuga en este nuevo libro. Aparte del viaje al centro de nuestra tierra; o el desarrollismo; o la contraposición de lo rural/lo urbano, que Sergio lleva más allá de Rosseau o Lefevre y los habituales dejes superados que aún así se repiten en volúmenes contemporáneos de propósitos semejantes; o la juventud; o la vejez, a estas últimas obras del zaragozano las recorre el silencio. El silencio de unos padres ante el horror, el silencio de un abuelo frente a una vida o el silencio de un país que está dentro de nuestro país.

Si una España se cae y nadie la oye, es que esa España ya no existe. Con su empeño de (re)llenar la España vacía de contextos, de historias, de caminos, Sergio Del Molino pone música al paisaje fantasma y consigue lo que todos los grandes ensayos: encontrar armonías, es decir, argumentos sobre los que construir una tesis que en este caso va más allá de su (de)mostración. Quien lea este libro y un buen día se encuentre en una de las tierras-nada de este país comprobará que, gracias a la inteligencia de Del Molino, estas le volverán a hablar desde su silencio.

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