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Negro mata negro

Jill Leovy muestra la renuncia del Estado a atajar la violencia marginal en Muerte en el gueto

Jill Leovy.

En 2002 Jill Leovy se convirtió en responsable de la sección de criminalidad de "Los Angeles Times", segundo periódico metropolitano más importante de Estados Unidos tras "The New York Times". Hasta el final de esa década, Leovy se convirtió en cabeza visible de un periodismo de investigación enfrentado a una realidad demoledora: la epidemia de crímenes cometida en los barrios del sur de la megalópolis californiana. Durante su trabajo a pie de obra, en el centro de una carnicería, Leovy descubrió dos patrones que se repetían en la oleada de homicidios. El primero, que la inmensa mayoría de muertos eran hombres negros que perecían a manos de hombres negros; el segundo, que la mayoría de crímenes permanecían invisibles, no se mencionaban, pasaban a la desmemoria de la historia contemporánea, incluso a efectos periodísticos.

La Policía angelina poseía una denominación para este tipo de asesinatos de negros por negros, tres sarcásticas y aterradoras iniciales: NIH (No Human Involved). Conmovida ante esta indiferencia, ante el sistemático borrado y ocultamiento de una parte de la realidad, Leovy se empeñó en un trabajo de identificación que pusiera nombre, apellidos y rostro a cada víctima. El propósito era contar la historia que su país no quería oír, una historia con indudables tintes raciales y vínculos muy poderosos con la centenaria tradición de la discriminación. El resultado de sus pesquisas, un formidable trabajo de campo que reivindica la creencia en un periodismo sin concesiones a la autoridad ni a los poderes, muy alejado en el contenido pero no muy distinto en la forma al que aparece reflejado en Spotlight, la historia de los periodistas del "Boston Globe" que Tom McCarthy ha llevado al cine, es Muerte en el gueto, un libro que se lee en apnea, como las mejores novelas de James Ellroy, pero con el estremecimiento añadido de que cuanto sucede en sus páginas es real, brutalmente real.

La idea que Leovy plasma en su trabajo es doble. Por un lado, la periodista muestra que cuando un sistema de justicia dimite de sus deberes (búsqueda de pruebas, pesquisas coordinadas, arrestos, juicios, sentencias), el crimen se convierte en endémico. El negro estadounidense no se ha beneficiado de lo que Max Weber llamaría el monopolio estatal de la violencia, la garantía que cada individuo recibe de que su seguridad no puede ser agredida por terceros sin que exista una persecución de esa agresión por parte del Estado. Por otro lado, Leovy demuestra que esta dimisión estatal de sus deberes para con los negros es parcial e interesada. Reproduciendo estrategias que emanan del sistema legal amparado por las Leyes Jim Crow, que entre 1876 y 1965 auspiciaron la segregación, el sistema penal abruma a la población negra persiguiendo delitos como el robo o el tráfico de drogas, pero ignora los asesinatos inter pares. Leovy ha escrito un relato incomodísimo para el poder y revelador para las víctimas. Sospecho que para el periodista vocacional, un libro como éste ha de poseer algo de tabla de la ley.

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