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Clásicos amplificados

El ingenioso hidalgo está presente en los escenarios desde la segunda década del XVII, Verdi es casi una prolongación de Shakespeare y hasta hay sonetos pop

Plácido Domingo en el papel de Otelo.

Las obras literarias han sido, y son, a lo largo del tiempo elementos referenciales para los compositores que extraen para su reutilización una gran riqueza de materiales temáticos, pero también un sentido distinto del ritmo con el que luego articular cada una de sus creaciones. Algunas obras literarias, tanto de teatro como novelas han servido a multitud de autores que las han revisitado para extender su dominio a las más diversas formas musicales. Lo literario inicia, de este modo, un viaje transversal al mundo de la música para, a través de los más variopintos géneros, transformarse en "otra cosa", en nuevos horizontes que aportan matices insospechados a la matriz original. Es el "poder de la música" que consigue traspasar el tiempo a la vez que los originales que han servido de espoleta reactiva.

Tanto William Shakespeare como Miguel de Cervantes han tenido un altavoz fenomenal, a lo largo de los siglos, en los músicos que han exprimido algunas de sus obras una y otra vez con avidez verdaderamente insaciable. En el caso del escritor español ha sido una obra, Don Quijote, uno de los arquetipos de la literatura universal, la que ha servido como torrente expresivo. Es Cervantes el autor español también más internacional en lo que a la música se refiere gracias, en efecto, al Quijote. La novela ha servido para crear sinfonías, suites orquestales, poemas sinfónicos, zarzuelas, ballets, óperas. O lo que es lo mismo, el ingenioso hidalgo nació con tal vocación musical que ya está presente en los escenarios desde la segunda década del siglo XVII en países como Francia -a través de un ballet-, para desde el país vecino conquistar el resto de la Europa musical. Y a nuestros días llega la influencia de la obra. Por ejemplo Cristóbal Halffter estrenó en 2000 en el teatro Real madrileño su Don Quijote, personaje al que también recurren autores como Massenet, Telemann, Ibert, Salieri, Ravel, Minkus, Turina, Marco, Sotelo, Mendelssohn, Richard Straus -su célebre poema sinfónico-, Chapí -zarzuela y scherzo-, Esplá, Gherard?. El listado es inmenso y soberbio, por la cantidad y calidad de la música de raigambre cervantina. La propia figura de Cervantes, su recuerdo y su homenaje, sirven a autores como Jacinto Guerrero y Manuel de Falla con su célebre El retablo de maese Pedro escribe una ópera de cámara que se mantiene en el gran repertorio internacional.

Si la música cervantina tiene en El Quijote su puntal más relevante, en el caso de Shakespeare se abre notablemente el abanico. Su trabajo como dramaturgo permite jugar con elementos estrictamente teatrales y ese material es una verdadera "bomba" en manos de compositores y libretistas que tienen en su mano un ramillete de obras con posibilidades expresivas inmensas que no se agotan con una única mirada. Permiten tal variedad de enfoques que se cuentan por miles las referencias musicales en torno a la obra del inglés. Eso sí, dejando aparte, la mucha música que ya anida dentro de sus propias creaciones. Para él el universo sonoro de su tiempo es un elemento más dentro del drama, un factor esencial, no secundario, que contribuye de manera punzante al desarrollo dramático, no como algo accesorio, sino sustancial en la creación de atmósferas.

De inmediato a la memoria acude un compositor para el que Shakespeare fue una referencia a lo largo de toda su carrera. Giuseppe Verdi cimentó algunos de sus grandes dramas operísticos tomando al inglés como punto de partida: óperas como Macbeth, Otello o la genial Falstaff son, quizá por su inspiración, tres de las grandes gestas creativas del italiano que supo arrimar a su vera, tanto la veta política, como la pasional y también la comedia -la capacidad para reírse de uno mismo y del mundo- que están en las tres obras citadas. Pero, además de Verdi, tenemos a Chaikovski y Prokofiev, entre los autores rusos, a Britten que rinde homenaje a su paisano, o a Berlioz, además de Aribert Riemann, Thomas Adés o George Benjamin por nombrar algunos músicos más recientes.

El listado es prolijo y aúna continuas revisiones, pero no sólo desde lo que podríamos convenir en llamar música clásica o la ópera, también el pop ha visitado las páginas shakesperianas con frecuencia y no solo los dramas desde los ámbitos sinfónicos o camerísticos (imposible abarcar la totalidad de obras y autores que han recalado en él). Sin ir más lejos, estos días, el cantautor Rufus Wainwright saca nuevo disco: su título Take All My Loves. En el trabajo, ha llevado a la música algunos de sus sonetos más conocidos.

Hay en Shakespeare un latido musical tan intenso, tan voluptuoso y desaforado que, a buen seguro, llegarán nuevas y fértiles propuestas, partituras que seguirán reivindicando la vigencia de un legado universal que, quizá por su modernidad, nunca nos es ajeno. Todo lo contrario, nossigue golpeando con la misma rabia, con el mismo fuego que no cesa cuatro siglos después.

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