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Will en Shakespeare

Los personajes de la obra del gran bardo flotan fuera de la estructura narrativa, dejan su mundo y pasan al nuestro

Pese al empeño ilusorio de Anthony Burgess por recrear una rivalidad entre los dos escritores con ocasión de un encuentro en Valladolid, Miguel de Cervantes y William Shakespeare no llegaron a conocerse. Pero sí existen en esta vida múltiples maneras de conectarlos. Del mismo modo que la comedia cervantina está ligada al dolor y al sufrimiento, se podría decir que Shakespeare murió por unos personajes que no han hecho otra cosa durante siglos que dejar su mundo y pasar al nuestro. Will lo hizo, en cambio, discretamente, sin pena ni gloria. Su óbito, el 23 de abril de 1616, pasó desapercibido, excepto para sus más inmediatos contemporáneos. No hubo mayor estremecimiento ni duelo cuando los restos fueron a descansar a la Holy Trinity Church de Stratford. Nadie propuso entonces que se le enterrara en la Abadía de Westminster, cerca de Chaucer o Spenser, donde ese mismo año recibiría sepultura Francis Beaumont y más tarde Ben Jonson. Tampoco hubo exequias lamentando el fin de su aliento, ni elegías, ni grandes honras a su talento. Incluso la muerte del apreciado actor Richard Burbage, tres años después, provocó un estallido de pena muy superior que se extendió por la isla. "Se fue y, con él, ha muerto un mundo", lloró Inglaterra.

La desaparición de Burbage marcó su tiempo mucho más que la del escritorzuelo que creó las obras que le hicieron famoso y en la actualidad están traducidas a más de cien idiomas. Un hecho que demuestra cómo las palabras en una página eran letra muerta hasta que las revivía el actor dotado, y que tampoco debe sorprendernos puesto que así ocurre en la actualidad con el teatro, y todavía más si se trata del cine. Existía también un condicionante social. El brillo de los actores que se codeaban con los aristócratas refulgía por encima del de los escritores. En este sentido las cosas no han cambiado mucho. El tipo de placer que proporcionaba el teatro escrito por Shakespeare no confería distinción cultural a quienes disfrutaban de él. Will era el maestro supremo de un entretenimiento de masas accesible tanto para los iletrados como para la élite que se sentaba en la sillas acolchadas durante la función. Indiferente a las normas y hostil a los intentos por contener los límites del gusto artístico, la escritura del gran bardo de Avon alcanzaba cotas de delicadeza exquisita a la vez que bordaba grandes juegos de palabras obscenas. De forma indefinible ofrecía un deleite subversivo.

Bill Bryson contó que, en los años posteriores a la muerte de Shakespeare, los teatros en Inglaterra vivieron un auge sin precedentes. Hacia 1631 había nada menos que diecisiete salas abiertas en Londres y sus alrededores que se llenaban con espectadores excitados, ávidos de diversión. Los buenos tiempos duraron, no obstante, lo que tardó en llegar el puritanismo. A partir de entonces ya nunca más el teatro volvería a atraer a un público de espectro tan amplio ni sería un pasatiempo universal.

El hecho de que la obra de Shakespeare haya perdurado, volviendo los personajes de su mundo y reencarnándose en el nuestro, se debe al heroico esfuerzo de dos de sus amigos íntimos John Heminges y Henry Condell. Siete años después del fallecimiento del escritor, sacaron a la luz la edición en folio de sus obras completas. En ella se imprimían por primera vez dieciocho piezas eternas: Macbeth, La tempestad, Julio César, Los dos hidalgos de Verona, Medida por medida, La comedia de los errores, La doma de la fiera, Noche de reyes, Como gustéis, El rey Juan, Antonio y Cleopatra, la parte inicial de Enrique VI, El cuento de invierno, Bien está lo que bien acaba, Enrique VIII, Coriolano, Cimbelino y Timón de Atenas. Como recuerda Bryson, de no haberse tomado la molestia de reunirlas, probablemente jamás las habríamos conocido. Si en el mundo de la literatura alguien merece un monumento son Heminges y Condell, últimos supervivientes de los Chamberlain´s Men originales.

Heminges era el gerente de la compañía y probablemente el ser que primero encarnó al gran Falstaff, siendo además tartamudo. A Condell, un tipo acomodado con posesiones en Fulham, se le consideraba, a su vez, un reputado actor cómico. A ellos, héroes de las letras de los pies a la cabeza, se debe el volumen conocido por Primer Folio, que tenía como objeto, además de divulgar los textos inéditos, restaurar las versiones descuidadas que circulaban en copias baratas y escasamente fiables. De él hubo otras tres ediciones posteriores.

El éxito universal de la obra de Shakespeare se debe en parte a su disposición a renunciar a ella y negarse a insistir en su propiedad. Dejó su huella en todo lo que tocaba, pero hay una sensación extraña de que sus personajes y tramas se apropian de él tanto como él se apodera de ellos. Todo lo contrario de lo que sucede con otros grandes dramaturgos de su tiempo, Marlowe o Jonson, ubicuos en su trabajo de una manera que Shakespeare no lo hace. En el caso de Jonson, demasiado dispuesto a demostrar sus conocimientos académicos en los materiales históricos que utilizaba, vinculándolos en ocasiones al drama de su propia vida. El resultado, al revés que ocurre con Shakespeare, que ha trascendido, es una obra encasillada en el tiempo y el lugar donde vivió el autor.

No es necesario conocer los detalles de la vida de Shakespeare para entender sus piezas de teatro. Pero ello no quiere decir del todo que no estuviera presente en su obra. Su vocación le obligaba a utilizar la experiencia personal y se las arregló para usar una cantidad extraordinaria de la misma, mezclándola con lo que había leído, observado y digerido. Harold Bloom pregunta dónde encontrar a Shakespeare en Shakespeare y, al tiempo, responde que nos gustaría hallarlo en sus sonetos aunque que es lo suficientemente astuto y habría que ser el diablo para toparse allí con él. Sin embargo, los personajes de sus tragedias y comedias, agentes del mismo autor, parecen flotar libremente fuera de las estructuras narrativas asumiendo el papel de los seres biológicos. Han dejado su mundo pasando al nuestro y se han convertido en parte de nosotros a través de nuestras vidas y destinos.

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