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Años de plomo

Muerte de un hombre feliz, una novela emocionante de Giorgio Fontana

Italia. Comienzos de los años ochenta del pasado siglo. El país penetra en su segunda década de terrorismo cotidiano. La corrupción y deterioro del Estado, los atentados contra la población por parte de grupos de ideología fascista, la respuesta desde la extrema izquierda de las organizaciones que conciben la violencia como el instrumento adecuado para responder a los estragos del poder hacen que la sociedad italiana se tambalee ante un abismo marcado por nombres como Piazza Fontana, Tren Italicus, Renato Curcio, Aldo Moro, Pier Paolo Pasolini, Brigate Rosse y Nuclei Armati Revoluzionari. En medio de este vértigo, que Margarethe Von Trotta bautizará en su película homónima sobre la Baader-Meinhof como "años de plomo", un magistrado católico, el fiscal suplente Colnaghi, hijo de un partisano asesinado por la República de Salò en 1944, asume uno de los muchos casos que salpican cada día la crónica de sucesos.

Colnaghi encarna el conjunto de debates morales de un asunto tan espinoso como el terrorismo. Negándose a ser un mero agrimensor de penas, un verdugo de los pistoleros y un adalid de los caídos, un forense destinado a enumerar los crímenes y a aplicar una ley que se mide en años de condena, Colnaghi se obstina, mediante conversaciones con asesinos, hijos de víctimas y compañeros de la carrera fiscal, en comprender qué puede mover a perpetuar la cadena de dolor, venganza, odio, más dolor, más venganza, más odio, y sobre todo, a entender cómo se puede escapar a esa retórica sin final de la violencia como justificación de una violencia previa. Su deseo último, expresado con un ardor que no ignora su ingenuidad, se contiene en una pregunta de preguntas: ¿cómo salvar a todos, a los que caen a uno y a otro lado de la raya, sin desatender a la justicia? La fe de Colnaghi, su creencia en un principio trascendente que vigila, consiente y computa los actos de la vida de los hombres, acentúa este drama de su conciencia de modo singular.

Muerte de un hombre feliz, de Giorgio Fontana, es una novela emocionante y valiente. Es emocionante porque Colnaghi, en su dimensión de hombre probo, bueno en el sentido más noble del término (imposible leer esta obra sin pensar en aquella intuición de Miguel Espinosa en Escuela de mandarines: que el mayor enigma sobre la tierra no es la maldad, sino la bondad), acaba por convertirse en un personaje memorable, cuya conducta excita nuestra inteligencia y estremece nuestro ánimo; valiente porque Fontana escapa a una consideración maniquea acerca de un material tan delicado como el terrorismo y afronta sus distintas y muy complejas facetas sin obviar contradicciones ni proponer fábulas blancas, lenitivas, tranquilizadoras. Una obra, en definitiva, de obligada lectura por sus valores no sólo literarios, y que, por razones que no hará falta mencionar, resonará con fuerza en el oído, pero también en el corazón, de los lectores de un país como el nuestro, cuyos años de plomo todavía no han sido novelados con la atención debida.

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