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Indagación sobre el horror

Claudio Magris escarba en las grietas de la memoria para denunciar el crimen y su olvido

Indagación sobre el horror

La guerra es la reducción de la existencia a un esqueleto primitivo, un bisturí que penetra en la carne y en el corazón. Pero como ha escrito el veterano periodista y escritor Corrado Stajano en La stanza dei fantasma, un libro que resume sentimentalmente la vida del siglo pasado, la industria de la muerte no sufre la crisis de la abstinencia y se prolonga como un hecho continuado, a veces incluso sin que nos demos cuenta de que existe. Cada generación tiene su guerra. La de Claudio Magris en su última, apasionante e intensa novela, No ha lugar a proceder, es universal, como reza en la propia promoción editorial, de color rojo sangre, negra como las bodegas de los barcos de esclavos y el sombrío mar que se traga tesoros y destinos, tan gris como el humo de los cuerpos calcinados en el crematorio del molino de arroz de la Risiera de San Sabba, y blanca como la cal que cubre las tumbas de los inocentes. Si pudiera elegir un pintor para ilustrarla sería Goya.

Estamos ante una de esas narraciones infinitas, inabarcable como los océanos, de polifonía calculada por un germanista amigo de la precisión y del rigor: un fresco imponente, un brindis a la totalidad literaria que invita al lector a reflexionar tomando como punto de partida un museo que encierra los horrores grotescos de la guerra, curiosamente en busca de la paz y la desactivación de la Historia. En ella colisionan dos fuerzas que aglutinan la capacidad del hombre para causar el mal y, a su vez, la necesidad que existe de combatirlo por medio de la memoria. No ha lugar a proceder es una novela llena de horror, muerte, sangre, crimen y venganza, amor y épica del sufrimiento. Inspirada en un hecho igual de real que increíble, donde la textura narrativa se enriquece no sólo por el estilo tenaz y preciso del autor, sino también por la cantidad de historias que se desprenden de sus estanterías abolladas pero resistentes al olvido.

La aparente contradicción de un museo de la guerra para el advenimiento de la paz intriga en gran medida el personaje femenino de la novela, Luisa, hija de Sara, una judía deportada y de un sargento afroamericano, que a la muerte del protagonista, el profesor triestino Diego de Henríquez, se convierte en el fiel guardián de su patrimonio moral. A partir de ahí los misterios empiezan a desvelarse de manera laberíntica hasta encontrar una salida dentro del propio conjunto homogéneo de la obra como ha ocurrido con otros textos inclasificables de Magris, igual que sucedía en El Danubio, prendidos de un collage narrativo que abarca del reportaje a la novela. En No ha lugar a proceder desembocan varios relatos, entre ellos la desaparición de Heydrich a manos de la resistencia checa; la heroica muerte del soldado austriaco Otto Schimek asesinado por la Wehrmacht por negarse a disparar contra civiles polacos; el cumpleaños de Hitler en el castillo de Miramare en abril de 1945; la trata de esclavos o el genocidio importado del Nuevo Mundo. La propia Trieste, ciudad fronteriza, de contrastes y distintas culturas, guarda oculto un reproche y lo hace de una manera científica, borrando cualquier pista que nos lleve a la verdad de lo que ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial en una antigua fábrica de arroz elegida por los nazis como lugar de tortura y masacres de los judíos, sus partidarios y los opositores políticos. En el único lugar de Italia, donde funcionaron las cámaras de gas, el silencio general envolvía las actividades perpetradas tanto durante como después de la guerra cuando se decidió eliminar su triste recuerdo.

El protagonista de la historia, al final de su vida, se somete a la metanoia, una conversión que le lleva a cambiar los objetivos de su investigación minuciosa. Lo importante ya no son los objetos del siniestro horror, sino los nombres de los infames traidores que colaboraron con los nazis. Reúne todas las pistas para desenmascarar informadores y profesionales cualificados que fueron capaces de obtener ganancias de bienes incautados a los judíos.

El molino de arroz es uno de tantos misterios que ofrece la historia de la ciudad de Trieste, escenario de atrocidades de los nazis y sus colaboradores fascistas, entre ellos el torturador Colloti, que para estremecimiento de las conciencias obtuvo a título póstumo una distinción del Gobierno italiano, y todos los que actuaron violenta y despiadadamente bien por ánimo de lucro o simplemente para poder sobrevivir a la tragedia. Magris, detective agudo y profundo, indaga en los pliegues irregulares de cada historia y en la vida de los personajes que transitan por su novela. Su escritura es tan poderosa como afilada resultan las cuchillas, escarba en las grietas de la memoria y incluso en lo que ha sido enterrado para que no se descubriese jamás.

No ha lugar a proceder es la tragedia del pasado que nunca se supera, una canción de dolor y tormento, el odio que desprenden la religión y la política, la corrupción y el terror, cuyo eco alcanza hasta ahora el drama de una carnicería que prosigue sin que tengamos en cuenta a Sun Tzu que había escrito y más tarde borró las palabras que el libro cita: "No elogiar la victoria. No amar la guerra".

Nadie puede salvar al hombre del odio generado en el corazón de otro hombre que esconde su vacío en el alma de la locura. Por contra, está la vida del verdadero protagonista, Diego de Henríquez, citado sólo en la nota al final de la novela por Claudio Magris, el héroe que sacrificó su existencia en la búsqueda de la verdad, la justicia, el amor a sus semejantes y la moral.

Descomunal novela, de lectura no siempre cómoda, erudita, densa, a veces compleja, tan desoladoramente triste como a la vez esperanzada por su alegato antibelicista. Cuando uno abandona el libro siente como si se hubiera despegado de algo que no le ha dejado percibir otro sentimiento que el de la amarga inquietud recompensada por el orgullo de quienes se enfrentan al horror genocida poniendo diques a las aguas del olvido. Inolvidable.

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