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La guerra de los 30 años

Ian Kershaw cuenta con buen pulso narrativo la gran tragedia europea en Descenso a los infiernos

La guerra de los 30 años

La historia es conocida. En un lapso de 30 años, entre 1914 y 1945, Europa se desangró dos veces. No fueron suficientes los millones de muertos de la primera contienda bélica y el continente se precipitó a un segundo regreso al averno. Por lo que nos han contado sabemos que las cenizas humeantes de 1945 fueron visibles desde el primer momento. Pertenecían, si acaso, a una especie de vals encadenado del horror. Pero ¿por qué Europa se volvió loca de modo continuado? Ian Kershaw (Oldham, 1943), uno de los historiadores británicos más reputados por sus biografías de Adolf Hitler y la visión del III Reich, expone en Descenso a los infiernos algunas de las causas probadas de la demencia y otras que sin estarlo sirven para explicar el delirio patológico que se apoderó de algunas sociedades, sobremanera la alemana, después de casi cien años de estabilidad y prosperidad tras el fin de las guerras napoleónicas.

En Descenso a los infiernos no hay nada que pueda considerarse nuevo teniendo en cuenta el caudal de información que rodea a las guerras europeas, pero sí sobresale el loable esfuerzo de mantener pendiente al lector con una narrativa clara y precisa, un estilo despojado del tono doctoral que hace muchos de los libros de género insoportables, por no decir ilegibles. Kershaw identifica a los cuatro jinetes del apocalipsis con un dramático aumento del nacionalismo étnico-racista; las demandas de revisionismo territorial; el enfrentamiento de clases que agitó la revolución bolchevique, y una prolongada crisis del capitalismo. El autor argumenta que la Primera Guerra Mundial se hubiera evitado de actuar Viena diligentemente y haberle aplicado el justo castigo a Serbia por su complicidad en el asesinato del heredero al trono del Imperio Austro-Húngaro. Tenía un cheque en blanco del Káiser para hacerlo pero sentido de la velocidad. Cuando envió su ultimátum a Belgrado, tres semanas después del magnicidio, Rusia, con Francia a remolque, ya había alentado a los serbios -inicialmente dispuestos a aceptar las durísimas exigencias austriacas- a resistir.

Para Kershaw existió una segunda oportunidad perdida de evitar la masacre en masa. Los términos de la entente alcanzada con rusos y franceses no obligaban a Inglaterra a intervenir, cuenta el historiador, y Edward Grey, ministro de Exteriores británico continuaba intentando contentar a unos y otros. La declaración de neutralidad que los alemanes deseaban quizás hubiera impedido que estallase la guerra en el último momento. No sucedió así. Las vacilaciones volvieron a tener la culpa. Inglaterra -dijo más de uno- tampoco podía asumir el riesgo de que las fuerzas del eje impusieran su dominio. Para la Historia quedó el funesto presentimiento de Grey: "Las lámparas están apagándose en Europa. No volveremos a verlas encendidas en lo que nos queda de vida". Para él, que murió en 1933, una tenue luz regresaría antes de palpar a tientas cómo el continente se encaminaba de nuevo a las tinieblas. Las democracias tuvieron una segunda prueba de fuego en la madrugada del 7 de marzo de 1936, cuando los soldados alemanes invadieron Renania, desmilitarizada por un período indefinido después de Versalles. Los franceses no querían responder a la provocación sin el apoyo de los británicos y nadie movió un dedo. Si Francia hubiera tomado medidas militares para detener la acción habría asestado probablemente un golpe mortal a la reputación de Hitler debilitándole ante la opinión pública y los militares de su país. Obviamente, se desconoce qué consecuencias hubiera tenido a posteriori. La incógnita estaba condenada a no despejarse, porque incluso los más partidarios de castigar al Führer dudaban de que valiera la pena combatir en el Rin. Todo esto sucedió bastante antes de que los vergonzosos acuerdos de Munich de 1938, con presencia de Chamberlain, empezasen a considerarse el punto de inflexión de la guerra. La idea de regresar al infierno ya estaba entonces en marcha.

Se dice que guerra es producto del miedo y del fracaso de la diplomacia. Una concatenación de causas y vacilaciones condujo a Europa a su "gran catástrofe seminal" como la describiría el politólogo americano George Frost Kennan: a millones de muertos y de familias desarragaidas, la mayor limpieza étnica y el patrimonio de siglos de civilización destruido. Aprender de los errores -el panorama actual ayuda a intuirlo- no es algo inherente a la condición humana.

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