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Qué horror era mi valle

"Happy Valley", una aterradora serie televisiva británica llena de bombas internas

Qué horror era mi valle

Si segundas partes nunca fueron buenas, esta aterradora serie televisiva británica se alza como flagrante excepción. Hete aquí que sus imágenes no muestran zombis, desmembramientos, tronos, superhéroes ni evisceraciones. No es, por lo tanto, infantiloide ni pasto adolescente. Es el recuento cotidiano de una sargento de la policía en un nada feliz valle del Yorkshire oeste, al norte de Inglaterra, en una pequeña ciudad donde casi todos se conocen. Pero es una serie terrorífica, la vida misma desde su ángulo más atroz. Pongámonos en antecedentes. Nuestra policía vive con su hermana, adicta en lucha por curarse; con su nieto, fruto de la violación sufrida por su hija, quien, a raíz del espanto, se suicidó; con un hijo expulsado de la casa conyugal por su esposa (en esta temporada). O sea, el retorno diario de la suboficial Cawood al hogar no es nunca la juerga padre. Su trabajo se reduce a detener manguis gamberros, aunque un secuestro (temporada anterior) o unos cuantos crímenes en cadena salpican de más tristeza y acabamiento su vida. Porque planea sobre ella la sombra del violador que, aun recluido en la cárcel, no ceja en el empeño de transferir culpas al prójimo y manipular a quien se le ponga a tiro de voz en el locutorio carcelario: varias trastornadas que lo comprenden, escriben o visitan, atraídas por el mal puro que es el tiparraco. Ahora, además, uno de los superiores de nuestra heroína, un banal y adocenado adúltero, asesina a la amante que lo chantajeaba y, valiéndose de sutiles prevaricaciones, trata de enmascarar su crimen sumándolo a los cometidos contra las víctimas de mafias de trata de blancas, según parece al principio: víctimas de quien menos parece, al final. Así, el estupendo guión de la también productora y directora Sally Wainwright nos lleva de las orejas para ver si se castiga a los malos y se premia a los buenos en tan infeliz valle. Aunque no solo eso.

Si fuese solo eso, no pasaría de contarse como una serie más. Sin embargo, "Happy Valley" es un documental, digámoslo así, sobre la capacidad de comprender en medio del desastre y el espanto que nos rodea. Un extraordinario esfuerzo. La sargento intenta comprender a su hermana Clare, a su nieto, a su hijo vago, a sus subordinadas funcionarias estúpidas, a su jefes estirados, a una familia disfuncional (familia incestuosa, antes), a las prostitutas del pueblo, al novio alcohólico de Clare, a la directora del instituto, al rico del pueblo? Y, sobre todo, trata de comprender a una mosquita muerta (espléndida Shirley Henderson: dan ganas de estrangularla, metáfora, por su idiotez) de las que visitan en prisión al Mal, encarnado en el repugnante, malote y guaperas Tommy Lee Royce. Pues si bien Cawood (pongámonos firmes ante la interpretación de Sarah Lancashire) posee una inexplicable pulsión por y una colosal paciencia para entender, ceñir, rodear las conductas ajenas, es todo menos una monjuela: basta verla moverse, emborracharse, gritar, romper cosas, dar mamporros? Basta verla en el funeral por la madre del canalla Royce: no dice palabra, no reacciona ante los insultos del monstruo, solo le clava los ojos. Es humana nuestra sargento: siente, padece, duerme en el porche de casa. Pero, por encima de todas sus miserias, soledad y fracasos, no deja que pase un minuto sin buscar las claves del otro, de lo otro. En ella, pues, se suma una ejemplo de nobleza con un vigor a prueba de adversidades. No justifica, no imparte clases de moralidad: cumple con su deber y va unos cuantos pasos más allá, segura como está de que no vivimos en un valle feliz, pero de que podemos levantar la cabeza del estercolero si conseguimos empujar hacia arriba a base de entender que también el prójimo libra sus tremendas batallas. Qué serie más extraordinaria y entretenida y llena de bombas internas. Otra televisión puede ser.

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