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Pasos dados

Dark, una novelita lumpen de Edgardo Cozarinsky marcada por la sobriedad expresiva y visual

Ilustración de la portada del libro.

Víctor, adolescente de colegio privado, buenas notas y vida familiar del Buenos Aires de finales de los cincuenta, se desvía del recto camino guiado por Andrés, un hombre de oscuras dedicaciones. Una vida reglada y regalada, de futuro previsible, con la única emoción permitida del ascenso social, que de buenas a primeras se deja seducir por la llamada de lo salvaje. La vocación de escritor que sus padres persisten en ignorar es la fisura por donde se cuela el ansia de experiencias fuertes, que lo pondrán en contacto con la cara más oscura de la ciudad: los bajos fondos portuarios, boliches, hosterías y fumaderos de los médanos e islas del delta del Plata, el malevaje tanguero sobre el que un día quizá le interese escribir. Un programa de autoformación literaria guiado por el ingenuo axioma de que para escribir hay que haber vivido (y que vivir es jugársela a cada paso dado).

Sesenta años después, la memoria del escritor que fue ese adolescente es llevada al recuerdo de unos días ya lejanos en que se sintió vivir. La latente amenaza sexual del padrinazgo de Andrés y las mañas que Víctor tiene para servirse de ella y descubrir su propia falta de inocencia sostienen la tensión del relato, en el que sin embargo acabaremos por descubrir formas del amor filial más auténtico, antes de que no tanto su carácter como su fortuna se los lleve a cada uno por caminos opuestos. Al fin, "lo que sus padres hubiesen llamado malas frecuentaciones habían sido las que iban a formarlo, y si esa educación había tomado formas consideradas aberrantes por la sociedad, solo cabía juzgarla por el resultado" (p. 131).

Es inevitable pensar en el modelo de Thomas Bernhard en El sótano, la historia del chaval que, camino del colegio una mañana, decide pegarse la vuelta e ir hacia los barrios donde espera encontrar la verdadera escuela de la vida, que será su empleo en un almacén de comestibles. El argentino afincado en Francia Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) ha escrito esta otra novelita lumpen tal vez ajeno a ese influjo, y sin duda ha tenido más presentes a otros autores de la tradición nacional, cuya impronta ha sabido al mismo tiempo evitar: ni la bohemia lunfardesca de Manuel Gálvez, ni el arrabal expresionista de Roberto Arlt o el criollismo trágico del Borges de guapos y compadritos asoman en una narración que se habría visto tragada por ellos. La sobriedad expresiva y visual de Cozarinsky, seña personal de una obra de gran interés, lo vinculan más bien a su otro quehacer de director de cine, y recuerdan aquí al Truffaut de Los cuatrocientos golpes. Quizá, pues, entre una y otra orilla, Argentina y Francia, el título en inglés es lo que no me acaba de encajar. Más en un relato que no precisa de esas distancias estilísticas, capaz como es de crear imágenes con gran limpieza de recursos, como esa que hace ver que la trama toca fondo cuando el protagonista se acuesta a dormir vestido. Sin tremendismo ni protesta, pues solo para lo malo el carácter es destino; y cada paso, los dados de nuestro azar.

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