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La Patagonia, en un ejemplo magistral de crónica

A principios de 2015, la japonesa Kazumi Yumoto hizo su presentación en castellano con una espléndida novela en la que, como en un ciclo de eterno retorno, se acercaba a la muerte desde los ojos de unos niños. Era en Los amigos (Nocturna) y la acogida dispensada a la obra por la crítica fue inmejorable. Un año después, quienes se hayan quedado con ganas de seguir frecuentando a Yumoto tienen la posibilidad de hacerlo con este intrigante Viaje a la costa. Todo arranca la noche en la que la joven Mizuki, cuyo marido ha sido dado por desaparecido tres años atrás, se lo encuentra de improviso en la cocina. No, no ha sido un error. Yusuke, a quien parece haber convocado con su postre favorito, está muerto y está ante ella. A la mañana siguiente, Mizuki entiende que no ha sufrido una alucinación. Yusuke sigue allí y le trae una propuesta: viajar juntos a la costa donde se fraguó la tragedia. Un viaje que ningún lector debería perderse.

Hay dos magníficas razones para no dejar que este libro se quede fuera del morral: el prólogo y las crónicas que lo siguen. Ambos salen de la pluma de María Sonia Cristoff, narradora que lleva años reflexionando sobre la escritura. En días en los que la crónica se alza como uno de los baluartes que mejor defienden al periodismo de los zarpazos multimediáticos, Cristoff reflexiona sobre los contornos, debilidades y grandezas de la narrativa no ficcional, a la vez que contribuye a dispersar la nebulosa que sustenta el reinado industrial de la novela. Hecho esto, en catorce páginas sin desperdicio que refrendaría la nobel Aleksiévich, llega el momento de pasar de las musas al teatro y viajar. En Falsa calma, Cristoff vuelve a su Patagonia natal para levantar palmo a palmo ante el lector el mapa psicogeográfico de un territorio anclado en el petróleo y en el aislamiento de sus habitantes. Hombres y mujeres, perdidos en una esquina de la nada, a los que la autora argentina se acerca con destrezas que sumen en el vértigo como antesala a desembocar en el trance.

Médica, limpiadora o vigilante nocturna fueron trabajos desempeñados por la rusa Marina Palei (Leningrado, 1955) antes de que, en 1984, tras superar una profunda crisis psíquica, se iniciase en la poesía. Más de tres décadas después, radicada en Holanda pero publicando en Rusia, Palei se ha visto traducida a una quincena de lenguas. Es muy posible que el castellano sea, de momento, la muesca más reciente en su culata. Palei alcanzó reconocimiento en 1991, el mismo año en el que se desplomó la URSS, gracias a Mónechka, cuyo subtítulo ("La Cabiria de Leningrado") orienta bien sobre sus derroteros. Mónechka, o Monka, es una fuerza desatada, un vendaval de seducción que, desde su más tierno despertar a la vida, muestra una capacidad fuera de lo común para gozar el mundo, pero también para recuperarse de las caídas aferrándose al mínimo asidero. Con este impulso irrefrenable, Palei ha compuesto un personaje muy potente que algunos, dadas las fechas, interpretarán como un puro grito de libertad.

La literatura como fuente de la literatura. O también la literatura como fuente de vida, como molde para forjar una existencia. O también? Bueno, las variantes que una docena de plumas bien afiladas le pueden extraer a esta aventura son numerosas. Consciente de ello, Toni Montesinos ha armado un volumen en el que seis narradores latinoamericanos y otros tantos españoles plasman en una docena de relatos su aproximación a la idea. Por la banda transatlántica nos agasajan Lázaro Covadlo, Jaime Collyer, Juan Villoro, Guillermo Martínez, Javier Ponce Gambirazio y Leonardo de León. Por la hispana, Tino Pertierra, José María Conget, Juan Bonilla, Ignacio Ferrando, Lorenzo Luengo y Bruno Mesa. Si ya conocen a algunos -o a todos- tendrán la oportunidad de añadir a la cadena un eslabón de reconocimiento. Si no, agradecerán una ventana para engrandecer su territorio lector. Tan sólo una precisión: les será más fácil conseguir el volumen en la red, aunque pueden encargarlo en su librería favorita.

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