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Derecho

Una república para Europa

Juan Luis Requejo defiende un Estado soberano europeo en El sueño constitucional

Juan Luis Requejo Pagés (Oviedo, 1961), jurista de gran formación, experiencia y talento (Profesor Titular de Derecho Constitucional, Letrado del Tribunal Constitucional durante veinte años y desde 2010 hasta el presente Letrado del Tribunal de Justicia de la Unión Europea), acaba de publicar en KRK Ediciones una magnífica obra titulada El sueño constitucional. En ella se muestra decidido partidario de la conversión de la UE en un Estado soberano, dando por históricamente superados los actuales Estados nacionales que la integran. El libro concluye de manera rotunda -es su última frase- que "la lucha por la libertad es hoy, entre nosotros, la lucha por la República de Europa". Además, la obsolescencia estatal conlleva el deterioro de las libertades ciudadanas, de modo que se trata de poner en planta una estatalidad nueva, ya que lo que se ha revelado como caduco, por impotente, no es el Estado en tanto que forma política, sino la asimetría de su magnitud respecto del fenómeno de la globalización. El modelo de comunidad política establecido con la Paz de Westfalia continúa siendo válido, pero sus dimensiones han de ajustarse a las exigencias materiales de un nuevo momento histórico.

En efecto, los Estados europeos han perdido la capacidad de dominio necesaria para ordenar la realidad social sobre la que pretenden imponerse. Están ya tan fuera de la Historia como la polis que no pudo sobrevivir a Filipo de Macedonia. Y pocos ámbitos como el económico y financiero lo testimonian tan palpablemente. Para desenvolverse en las circunstancias del siglo XXI, no bastan ya las soluciones que se limitan a insinuar el camino de la unidad de Europa sin atreverse a recorrerlo más allá de los primeros pasos. La unidad monetaria sin la correspondiente unidad fiscal y presupuestaria es el mejor ejemplo, afirma Requejo, de la deformación creciente e inviable de un proto-soberano (la UE) al que las resistencias nacionales impiden desarrollarse como mejor convendría a los intereses del ciudadano. A estas alturas queda claro que la suerte de la democracia europea exige la creación de un poder público capaz de imponerse a los mercados.

Ahora bien, ¿qué han sido en realidad la UE y sus articulaciones previas? Un intento, responde J.L. Requejo, de acomodar las estructuras estatales a una realidad económica cada vez más interdependiente e inmanejable en los estrictos límites de las fronteras de los Estados. Pero se ha tratado también de una reacción encubierta frente a la democracia nacional. ¿En qué sentido? En el del regreso al viejo Estado liberal, sólo atento a la lógica y a las necesidades del mercado y únicamente comprometido con las libertades y derechos individuales convenientes para el mercado. Gracias a la primacía de sus propias normas sobre las normas estatales que prontamente se arrogó, la Comunidad Europea pudo llevar a cabo la política económica que los Estados miembros, presos de la lógica democrática, no estaban en condiciones siquiera de intentar. La historia de la CEE, añade Requejo, es la de una impostura muy notable. Por parte de los europeos, que consideraron rentable anteponer su condición de consumidores a la de ciudadanos. Y desde luego por parte de los poderes públicos nacionales, que no han tenido reparo en contribuir activamente desde las Comunidades a hacer inútil la obra del respectivo legislador democrático.

Ante el ciudadano ha aparecido, pues, un nuevo "soberano funcional", en el que se integran y desde el que actúan el conjunto de los Gobiernos de los Estados que componen la UE. El remedio a la situación del ciudadano, inerme frente a la acción de un poder con el que no puede identificarse enteramente y al que no le cabe someter a los límites que aseguran el control de los poderes estatales, no está en la democratización de las instituciones europeas, sino en su estatatalización; en suma, en la constitución de un nuevo soberano.

Por lo tanto, concluye Juan Luis Requejo, que la UE deje de ser una democracia de los Estados para convertirse en una democracia ciudadana supone un tránsito que pasa indefectiblemente por la constitución de aquélla como un verdadero Estado.

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