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La Roma de Mary Beard

La reciente premio "Princesa de Asturias" de Ciencias Sociales presenta una visión distinta de un tiempo que está en la base de nuestra cultura

La Roma de Mary Beard

Encarar la historia de Roma es enfrentarse a lo inabarcable, por la prolongación en el tiempo, por la dimensión territorial de su imperio, por la variedad de lugares en los que se desarrolla y los acontecimientos que la jalonan, que impiden construir un relato histórico con un único hilo conductor. Consciente de esa limitación, la británica Mary Beard (Much Wenlock, 1955), catedrática de Clásicas en el Newmham College de Cambridge y reciente premio "Princesa de Asturias" de Ciencias Sociales, toda una referencia en su ámbito de conocimiento, aborda en SPQR su propia historia de la antigua Roma, lo que no significa que sea resultado de un capricho de autora sino el reconocimiento de que para acercarse a un tiempo tan determinante de lo que somos resulta necesario elegir una perspectiva propia. La visión de Beard es coherente con los cincuenta años que lleva dedicados al estudio de los romanos del primer milenio desde todos los frentes, de los textos a la arqueología, y con su propósito de deconstruir una interpretación estandarizada de lo romano, mezcla de viejas verdades oficiales del imperio y rutinas intelectuales de historiadores. "No hay ningún período anterior en la historia de Occidente que se pueda conocer tan bien o tan íntimamente", constata la autora de SPQR. Y ella se aprovecha de esa ventaja pero va más allá de lo estrictamente académico porque asume que "los romanos no son sólo tema de historia e investigación sino también de imaginación y fantasía, horror y diversión".

¿Por qué interesarse todavía a estas alturas por la historia de Roma? Porque "Roma todavía contribuye a definir la forma en que entendemos nuestro mundo y pensamos en nosotros, desde la teoría más elevada hasta la comedia más vulgar. Después de 2.000 años, sigue siendo la base de la cultura y la política occidental, de lo que escribimos y de cómo vemos el mundo y nuestro lugar en él", responde en su libro la premio "Princesa".

Beard comienza por acotar el tiempo de su historia, una forma de romper las convenciones desde el principio. Su historia de Roma no concluye en el 476, con la irrupción del bárbaro Odoacro en el corazón del Imperio de Occidente, ni tampoco, por supuesto, con la caída de Constantinopla en el 1453 y el fin de los restos del Imperio de Oriente. Su historia es ese primer milenio que va desde el 753 a.C., fecha de la supuesta fundación de Roma, hasta el 1212, año en el que Caracalla, el de las imponentes termas, extiende la condición de ciudadano romano a todos los habitantes libres del imperio. "Fue una decisión revolucionaria que eliminó de un plumazo la diferencia legal entre gobernantes y gobernados, y la culminación de un proceso que se había prolongado durante casi un milenio", escribe Beard. Una decisión que afectó a treinta millones de personas y que culminaba lo iniciado por Rómulo, el padre fundador de Roma, al levantar una ciudad ofreciendo la ciudadanía a todos los que quisieran asentarse en ella, "convirtiendo a los extranjeros en romanos". Es la apertura de una nueva era, en la que Roma pasa a ser "un nuevo estado enmascarado bajo un nombre viejo", una época ambigua si nos atenemos a la visiones encontradas de quienes la interpretan como un período de decadencia lenta y progresiva, que desembocará en la Edad Media, o quienes la ven como un tiempo dinámico marcado por múltiples cambios. Materia, en cualquier caso, que Beard deja para "otro libro y otro escritor".

SPQR ("Senatus PopulusQue Romanus", el Senado y el pueblo de Roma, un acrónimo universalizado por el imperio) está dividido en dos momentos, el que abarca desde los orígenes, míticos, de Roma, hasta el siglo I a. C., que marca el cambio de la República al poder autocrático del emperador. Cicerón, habitante de una metrópoli que en el año 63 a.C. alcanzaba ya el millón de habitantes, sirve de personaje central a ese primer período, en la medida en su amplia producción escrita documenta el sentir de ese tiempo, las preocupaciones públicas y privadas, el refinamiento y la crueldad que, en última instancia, componen los rasgos marcados y antagónicos de lo romano. Augusto, "un revolucionario desconcertante y contradictorio, uno de los innovadores más radicales que conoció Roma", está en el centro de ese segundo tiempo del libro. Él fija lo que Beard denomina el "patrón del gobierno imperial", que constituye "un marco político relativamente estable", que se prolongó durante doscientos años después de su muerte, en el año 14.

El lector de SPQR queda liberado del relato cronológico y se encuentra con una lectura interpretativa de la historia que ayuda a la comprensión de ese período tan complejo como crucial. Beard no se queda sólo en la "gran historia" de acontecimientos y personajes esculpidos en piedra, busca además los resquicios de la vida cotidiana, el rastro difuso de aquellos que no dejaron huella, para tratar de recomponer ante el lector de hoy aspectos a los que el relato histórico tradicional ha permanecido ajeno. SPQR es a la vez una historia de Roma y un ejemplo de un modo de entender la historia.

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