Rosa Muñoz (Madrid, 1963) pertenece a una clase de artistas que conciben la fotografía como un acto de invención y expresión individualizada, más allá de como registro de la realidad visual o de atender al mero formalismo. No es extraño que asegure enfrentarse a la obra en situación parecida a la del escritor cuando se pone frente al folio o la del pintor ante el lienzo en blanco: el escritor crea una historia con palabras, ella lo hace con imágenes. La fotografía se convierte en documento y testimonio duradero de una creación plástica de naturaleza efímera, manifestación artística de una reflexión existencial. Rosa Muñoz construye espacios que dan albergue a contenidos, objetos, mobiliario, ropas, retratos, antiguos, fantasmales presencias habitando casas medio en ruinas evocadoras de recuerdos, nostalgias, sentimientos creados por la imaginación o la memoria y a menudo relacionaos con las vivencias propias de la artista.
Sus fotografías, dotadas de una extraña y sugestiva belleza, son la imagen de esos escenarios cuidadosamente construidos y deben gran parte de su atractivo a la calidad de su estética plástica, elaborada mediante la utilización de diversos lenguajes artísticos y tendencias pictóricas, potenciados luego por la técnica fotográfica. Por supuesto que a eso se suma la tensión narrativa y las connotaciones literarias, elementos decisivos en la creación de estas densas atmósferas fantásticas que reclaman el poder de la imaginación y seducen los sentidos. Pertenecen estas fotografías a la serie "Casas", que aparecen medio derruidas en su abandono de estructuras y enseres que poseen la belleza involuntaria de las ruinas. Parecen responder a un antiguo texto de De Chirico: "todo lo que hay en este mundo de visible tiene dos modos de existencia, el rutinario o cotidiano y una manifestación espectral metafísica".
Las fotos de esta serie invitan a pensar en la trascendencia que para el ser humano tienen los objetos que lo acompañan a lo largo de su vida y, terminada esta, su permanencia como huella silenciosa y testimonio, en ocasiones doloroso, de su ausencia. Pero también de la capacidad de desrealización que tiene el arte en cuanto a sustraer a las cosas de su realidad para protagonizar otra realidad diferente, artística y paralela, cuestión que en el caso que nos ocupa posiblemente explique en buena parte la misteriosa y subyacente extrañeza que poseen. Una segunda serie, titulada "El bosque habitado", completa esta exposición, en este caso de intención más lúdica y propuesta de rica y espectacular plasticidad en las instalaciones creadas para la fotografía, que tiene algo del mundo surrealista y del ensamblaje dadaista y algo de fabulaciones sobre las perturbadoras fantasías del imaginario infantil en clave de pop art o del teatro del absurdo escenificadas en la naturaleza de un recreado bosque animado.