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Libros

Esos libros dedicados

Esos libros dedicados

Esos libros que los escritores tienen la bondad de enviarme por correo dedicados, o entregarme en mano, o bien a través de la editorial con especial mención a "por encargo del autor" son una delicia y un aviso de mala conciencia. La primera, porque demuestra que se acuerdan de uno; la segunda, porque no sé bien qué hacer con ellos. ¿Leerlos y glosarlos cual si fueran la octava maravilla solo por la atención de su firmante, con grave descrédito de mi legendaria equidistancia? ¿Darles un palo morrocotudo, si en mi opinión lo merecieran, y quedar así como un maleducado tocanarices? Conozco tres soluciones. Ir arrinconándolos con cariño pero a prudente distancia en espera de que otros críticos se ocupen de ellos y así respirar con alivio por mi dejación. O bien, dar discreta noticia sin formular juicio. O bien, leerlos fuera de la época en que sale este suplemento. Esta vez, he optado por la tercera. Que sepan perdonarme.

Tengo muchas ganas de vérmelas con JC, no solo o no especialmente porque cuente cosas de fútbol, sino porque huele muy fuerte a literatura, ese aroma Joyce que tanto se echa de menos por aquí. El lenense autor, ya premiado y más que lo será, amenaza con su condición de psicoanalista duro (que él o algún dios nos confiese) y ya cuenta la solapa que poeta fue y laureado. Me malicio que será lectura, por las catas que he ido haciendo, de tardes penumbrosas de verano o, acaso, de mucho sol, que mitiguen esas citas iniciales de Kierkegaard o Sábato, dos autores que nunca, creo, tiran para arriba precisamente de los ánimos morales. La dedicatoria con que me saluda temblando me ha dejado. Vamos a verlo. (La salvedad de costumbre: ¿un tipo de letra mayor no sosegaría nuestra cansada vista? Sea para otra vez).

¿Y qué decir del amigo montevideano y tan de aquí Manuel García Rubio, con quien tanto he querido? Diré que mete miedo pánico que sea Julio Anguita quien lo epilogue. Bueno, exageración acabo de perpetrar. Nunca, nunca me han defraudado sus obras (las del gran Manolo). Sabe escribir divinamente, inventar que da gusto y meter todo jamón en cada párrafo, que cuida como perlas. Y cuánto de agradecer es tal cosa, leído tanto descuido en tanto fárrago posmoderno de otras plumas. Creo que va a ser lectura de mañana templada, con mucho lápiz y mucha anotación al margen. Ya las redes sociales se hacen eco y ecos del libro, solo me queda gozarlo, qué buena perspectiva.

El psiquiatra y hombre bueno (¿pleonasmo?) Ángel García Prieto nos sigue enseñando Portugal, en este caso el "minhoto", cinco mil kilómetros cuadrados de historias y paisajes. Pide ayuda, otra vez más y bien está, a la prosa dura como piedra (ojo: no es juicio de valor negativo, recuérdese el inicio de El Jarama) al catedrático Fermín Rodríguez Gutiérrez, e incorpora al portuense Gonçalo Magalhães: siempre uniendo en busca del "portuñol" que tantas alegrías nos daría y tanto disgusto separatista nos hace sufrir. Con Las tierras del fin del mundo, del querido Miguel Barrero (no me extiendo más: ya está extendido en todos los medios) será lectura de clarísimo mediodía.

¿Y qué pinta un libro sobre Geografía médica, de un no grande en extensión concejo asturiano, y de 1907, en volumen crítico? Pues pinta que me lo regaló y encomendó el académico "yerbato" Salvador Gutiérrez, pues sabe de mi pasión por los libros escritos a mano, con una cosa que se llamaba caligrafía y hoy muerta yace. Amén de datos curiosísimos, lo dejo para disfrutar mientras el sueño me viene, porque esa letra cursiva es la infancia, es mi infanicia. Se avecina, pues, buen verano lector (y ahora sí: pleonasmo).

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