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Historia

El infierno sobre Berlín

Antonio Ansuátegui relata la aterradora experiencia del final de la guerra en la capital alemana

De Antonio Ansuátegui, además de que es el autor de este libro y que aparece convertido en personaje de ficción en Los demonios de Berlín, la novela de Ignacio del Valle, poco más se sabe. Al parecer, fue un joven estudiante de ingeniería que hizo la guerra civil española en el bando franquista y se fue en octubre de 1943 a estudiar a Berlín. De allí se trajo, para contarla con inusual distanciamiento y sobriedad ejemplar, una experiencia aterradora. Es curioso observar en el libro cómo pone de ejemplo la tranquilidad de la España de posguerra, cautiva y hambrienta, en contraste con la carnicería que supuso la Segunda Guerra Mundial en suelo alemán.

Cuando Antonio Ansuátegui llega a Berlín, los bombardeos apenas habían comenzado y todavía pudo vislumbrar una ciudad que había sido uno de los centros neurálgicos de la cultura europea. Sin embargo, pronto iniciarán los aviones aliados su tarea destructiva, convirtiendo Berlín en un infierno cotidiano. Esto terminará por expulsar al joven estudiante hacia Breslau, con la esperanza de continuar allí su carrera.

Todo será en vano, puesto que Alemania estaba perdiendo la guerra y los frentes desmoronándose. Por el Este penetraban los temidos rusos y el pueblo alemán se desangraba al mismo tiempo que miraba hacia otro lado con el problema judío, para el que los jerarcas nazis habían "encontrado" una solución final.

Antonio Ansuátegui regresa a Berlín durante los últimos días y será testigo de la toma de la ciudad, de la encarnizada lucha barrio por barrio y del sufrimiento del pueblo alemán. La ciudad, ya reducida a escombros por los constantes bombardeos, presentaba entonces un aspecto muy distinto al que se había encontrado en 1943:

"Durante estos días yo andaba vagando como un sonámbulo por las calles de Berlín, huyendo como una fiera acosada de los peligros que por todas partes me acechaban. No tenía residencia fija, pues Frohnau había caído en manos del enemigo y los últimos supervivientes de la familia Schneider habían desaparecido. Nunca más he sabido de ellos y tengo la seguridad de que murieron en la defensa de su casa". La familia Schneider era la familia de su novia Eva (hija de uno de sus profesores), a la que dedica el libro y desaparecida, como tantos otros, bajo los escombros tras los bombardeos sobre la Siemensstadt. En realidad, el amor que sentía por Eva fue lo que le llevó de nuevo a Berlín en 1945, cuando ya todo estaba perdido, su amada muerta y únicamente le queda el extraño privilegio de ser testigo de la encarnizada lucha final, a la que no fueron ajenas ni las mujeres ni los niños.

"Comía donde me era posible, en las cocinas públicas, que dependían del Estado, y aunque nunca empuñé las armas hice lo que pude por la salvación de los siniestrados y de los heridos".

Contada con total desapasionamiento y completamente ajena a la retórica oficial del franquismo de aquellos años, esta crónica, que se publicó por primera vez en julio de 1945, muy poco tiempo después del regreso a España de su protagonista, con su afán de objetividad nos hace conscientes de que en las guerras, esté de parte de quien esté la causa más justa, pierde todo el mundo. Y quienes más pierden son aquellos que jamás empezaron guerra alguna.

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